El partido fue suspendido y nunca pudo empezar el segundo tiempo. Tras el ataque con gas pimienta que sufrió la mitad del plantel de River, la Conmebol decidió suspender el superclásico.

El encuentro prometía y la Bombonera se llenaba de color. Con un primer tiempo trabado, con cinco jugadores amonestados y poco Fútbol, Boca apenas sacaba una leve ventada sobre el juego de River. El equipo xeneize tuvo más llegadas, aunque sin claridad, y no pudo marcar. Sin embargo, lo peor estaba por llegar. El partido más importante del año para el fútbol argentino terminó en vergüenza.

Cuando los jugadores de River estaban pasando por el túnel para ingresar al campo de juego, en el entretiempo, sufrieron un ataque con gas pimienta. Se trató de un grupo pequeño de hinchas de Boca, quienes forzaron el alambrado y pudieron ingresar la sustancia. Los más afectados fueron, Ponzio , Maidana, Vangioni, Funes Mori y Kranevitter. Los efectos del gas fueron instantáneos; los jugadores no podían ver, estaban desorientados y tenían parte del cuerpo y el rostro muy irritados. A partir de ahí empezó el circo institucional del fútbol: cuando el partido debería haberse suspendido inmediatamente, ya que no estaban dadas las condiciones para continuarlo, el árbitro, Darío Herrera, el representante de la Conmebol, los médicos y la policía se pasaban la pelota unos a otros para ver quién tomaba la definición.

Tardaron cerca de una hora y media en determinar que el partido estaba suspendido. Luego una nueva odisea se vivió porque los jugadores de River no querían irse y los hinchas de Boca no querían dejar el estadio. Una hora más tarde se terminaría vaciando la cancha y el estadio.

Queda para la reflexión la situación particular del fútbol argentino, que además este fin de semana está de luto por la muerte del jugador Emanuel Ortega.

Es ampliamente repudiable la actitud de atacar a medio plantel del equipo contrario, ya que los partidos se ganan en el campo de juego. A su vez, la victimización que hicieron los dirigentes de River, no ayudó para nada a la situación. Es más, a los jugadores afectados no se los atendió (mas allá de darles agua y toallas) coherentemente, es decir, brindándoles ayuda para contrarrestar los efectos del gas pimienta.

Capítulo aparte merece la Conmebol y el árbitro, quienes no supieron manejar la situación en ningún momento. A todo esto, queda como reflexión final, la violencia en el fútbol, un problema real del deporte argentino. Algo que, está demostrado, no se soluciona con leyes, más policía o mayor seguridad, impedir el ingreso del público visitante, sacar el público o penalizar a los clubes. La clave es la sociedad y el fútbol no se puede extirpar del contexto social; ahí están las respuestas. El fútbol no va a cambiar hasta que no cambie el contexto social, y eso depende de una multiplicidad de factores.