La minería clandestina, además de tener graves consecuencias medioambientales, también provoca graves daños humanos. En Brasil, nada más y nada menos, la extracción de uno de los metales más preciados del mundo, el oro, está mermando sin remedio a la población indígena de la Amazonia, en especial a la tribu de los "yanomami".

La zona en la que viven los indígenas es extremadamente rica en este mineral dorado y su extracción es básica para la economía del país. Sin embargo, la falta de regulación en este aspecto, hace que en numerosas ocasiones, las exploraciones sean clandestinas y altamente invasivas en el entorno, lo que provoca que los indígenas tengan que desplazarse hacia el interior de la selva o en el peor de los casos, sean víctimas de ataques por parte de los recolectores ilegales de oro, lo que merma aún más su población.

Al ser un terreno tan amplio, el control se hace bastante difícil y no es que el gobierno haya hecho demasiados esfuerzos para frenar este tipo de acciones. En ocasiones, según denuncian las organizaciones en defensa de la población indígena, estos son captados por los recolectores de oro para los que trabajan en condiciones que rayan en la esclavitud. También son engañados y utilizados como método de exploración del territorio a cambio de algún dinero, lo que provoca, asimismo, que estos grupos indígenas luchen entre ellos.

Estos no son los únicos problemas a los que deben enfrentarse los "yanomami". La llegada de buscadores de oro a su territorio también trae consigo numerosos enemigos invisibles.

La enfermedad se ceba con la población indígena, que carece de los anticuerpos necesarios y de medicamentos, por lo que muchos mueren por patologías como la malaria o la tuberculosis, entre otras. Muchas mujeres han sido víctimas de violaciones o de engaños a cambio de relaciones con los recolectores de oro, que les entregan prendas u obsequios a cambio de sus favores.

Estos colectivos son un claro ejemplo de que el capitalismo lo destruye todo. Es capaz de sacar lo peor del ser humano, llevando hasta estas gentes, ajenas al ritmo frenético del mundo, los valores más rancios del sistema. Sin haberlo pedido, los "yanomami" están sufriendo también las consecuencias de la supremacía del capital sobre la vida humana.