Fue un 18 de junio de 1815. Pasaron dos siglos. El ejército francés al mando del emperador Napoleón Bonaparte se enfrentó a las tropas británicas, holandesas y alemanas comandadas por el Duque de Wellington y el ejército prusiano del mariscal de campo Gebhard Leberecht Von Blüchner, en la localidad de Waterloo en territorio de Bélgica.

La derrota de Napoleón significó su exilio forzoso a la Isla de Santa Elena ubicada a más de 2800 km de la costa occidental de Angola en África en donde moriría seis años más tarde, y el fin definitivo del I Imperio francés.

Representantes de todos los países que fueron parte del combate han sido invitados por el Rey Felipe de Bélgica a las ceremonias que se celebrarán hoy en la zona donde se localiza el montículo levantado después de la batalla, en el sitio donde fue herido el Príncipe de Orange, cuando Bélgica era aún parte del Reino de los Países Bajos.

Sin embargo, no estarán presentes, el presidente de Francia François Hollande y la canciller alemana Angela Merkel. Quienes sí, confirmaron su presencia, han sido los Reyes Guillermo y Máxima de Holanda y el Príncipe de Gales, Carlos.

Las ceremonias se completarán con una espectacular reconstrucción del combate con casi la misma cantidad de participantes que en 1815 (122.000 franceses contra 230.000 aliados).

Los belgas han realizado chocolates, cerveza y una extensa colección de objetos conmemorativos, creyendo firmemente que dentro de un siglo continuarán llegando miles de turistas para presenciar esa gran extensión donde murieron, fueron heridos o desertaron en un sólo día, alrededor de 115.000 hombres de los dos bandos (66.000 franceses y 55.000 aliados) ya que con el paso del tiempo, los grandes campos de batalla que han tomado el nombre de la villa donde Wellington tenía su cuartel general, se han convertido en una de las más importantes atracciones turísticas de Bélgica, país que no existía en aquel tiempo y que seguramente no habría nacido si Napoleón Bonaparte no hubiese sido derrotado aquel 18 de junio de 1815.