"A mis hermanos y amigos les deseo que tengan paz. Y a ti, Jerusalén, te deseo mucho bienestar porque en ti se encuentra el templo de nuestro Dios", decía uno de los dos papeles que el Papa Francisco escribió en español de puño y letra en el Muro de los Lamentos. El otro rezaba el Padre Nuestro.

Jorge Mario Bergoglio, quién asumió como Francisco al cargo más importante de la jerarquía de la Iglesia Católica el 13 de marzo de 2013 tras la renuncia del Papa Benedicto XVI, emprendió, durante mayo de 2014, un viaje que incluyó Jordania, Palestina e Israel, en el que realizó varios llamados a la paz y unidad de los hombres sin importar su fe.

Hacia el final del viaje, el Sumo Pontífice llegó a la Tierra Santa de Jerusalén, donde el 26 del mismo mes ofició misa y rezó frente al lugar más sagrado para el judaísmo: el Muro de los Lamentos, situado en el casco viejo de la ciudad. Luego de su rato de oración, el rabino Abrahán Skorka y el líder musulmán argentino Omar Abboud fueron a su encuentro y se fundieron en un abrazo que se transformó en ícono de la paz. ¡Lo logramos!, dijeron emocionados y sonrientes.

Ese momento había surgido de un viejo deseo alimentado por la amistad que los tres forjaron tiempo atrás en su Argentina natal y luego de imaginarlo seguramente en varias ocasiones, lograron volverlo realidad y transmitirlo al mundo entero.

Un abrazo cargado de respeto y afecto, de tolerancia y amor por las diferentes creencias. Un gesto que invita a derribar prejuicios y fronteras. Un símbolo que invita a superar los enfrentamientos en nombre de la Fe.

"Que nadie utilice el nombre de Dios para justificar la violencia", pidió Francisco en su discurso de cierre en la Explanada de las Mezquitas, tercer lugar más sagrado del Islam y corazón del conflicto que enfrenta a israelíes y palestinos desde hace décadas.

También también llamó a imitar a Abraham, figura histórica reconocida por las tres religiones como padre de la fe.

Por primera vez en la Historia, representantes de las tres religiones monoteístas más importantes del mundo, sintetizaban en un gesto el espíritu de unidad tan aclamado para sanar los siglos de discordia que generan violencia entre las distintas creencias.