Chicos hipoacúsicos, con pérdidas profundas y severas de la audición, asisten al colegio Las Lomas Oral para aprender a hablar y escuchar. Marcos Wright logró ser aceptado en el colegio común tras varios años de esfuerzo.

En el Colegio Las Lomas Oral, los alumnos de primaria aguardan el izamiento de la bandera. La mayoría lleva puesto un audífono o un implante coclear que les permite escuchar. Son niños hipoacúsicos que sufren una perdida severa y profunda de la audición. La institución, basada en la filosofía auditivo-oral, busca que los chicos aprendan a escuchar y hablar para insertarse en escuelas comunes.

"Para poder integrarse deben alcanzar habilidades académicas, auditivas, sociales y del lenguaje", afirmó Inés Parera, directora del colegio.

La escuela, que fue un stud para caballos, cuenta hoy con pequeñas aulas. Débora Barrera, responsable de desarrollo institucional, explicó que las clases son reducidas porque se trabaja con grupos de cuatro alumnos.

Sin embargo, el viernes 22 de agosto los dos cuarto grados y su maestra Solange se juntaron en una sola aula. Los ocho alumnos estaban practicando matemática. Entre ellos se encontraba Marcos Wright, quien el año que viene será integrado a un colegio común. "Cuando me dieron la noticia, mi mamá me filmó, lo subió Facebook y me hicieron una entrevista en el noticiero", contó Marcos con una enorme sonrisa, que mantuvo todo el tiempo, mientras su maestra corregía el orden de la oración.

Tras cuarenta minutos de clase, los grupos de dividen. Una mitad tiene clase normalmente y la otra va al exploratorio. Barrera explicó que allí se trabaja con grupos grandes y de diferentes edades para practicar habilidades sociales. En dos mesas circulares, se reunían alumnos de tercero y de segundo grado. "Hoy vamos a leer las máximas de San Martín", dijo una alumna mientras repartía adhesivo escolar entre sus compañeros.

A las 9:00, Ramón ingresa al colegio. Pertenece al grupo de los deambuladores, que son los niños de 0 a 3 años. Al entrar al aula se escondió debajo de una pequeña mesa adornada con pelotas de tenis en sus patas. Según Parera, estas reducen el ruido de 88 a 22 decibeles. "Reimon no escucha casi nada porque no trajo su implante", explicó Eliana, su maestra.

A pesar de esta dificultad, unos marcadores de colores llamaron la atención del niño y lograron que repitiera las vocales que su maestra pronunciaba. Al decirlas recibió el marcador que más le gustaba y lo utilizó para dibujar garabatos.

A las 10:30 suena la campana que anuncia el recreo. El patio central, cuyas columnas están envueltas en colchonetas verdes para proteger a los chicos, se llenó de risas infantiles y balbuceos. Con miradas cómplices los niños se divertían y lograban entenderse en su propio idioma. "Son chicos que se ayudan, que se quieren entre sí y que saben que el otro puede necesitarlo", afirmó la directora.