La pasada semana Tokio anunció sus planes de retomar la caza de ballenas, que se realizaba tradicionalmente en el Océano Austral, para el año próximo. El máximo responsable sobre el asunto en Japón, Joji Morishita, ha declarado hoy que la principal causa de oposición a esta práctica tradicional es lo que ha llamado "el ecoimperialismo" que, dice, se basa en un sistema de valores fundamentado en las emociones y no en la ciencia. Asegura que el mismo caso ocurre con la caza de elefantes en otros países.

La Corte Internacional de Justicia (CIJ) ya sentenció este mismo año que el asunto de la caza ballenera de Japón en la Antártida tenía que llegar a su fin, alegando que realmente esta práctica no tenía fines científicos.

Si Japón finalmente decide seguir adelante y reanudar la cacería estaría incumpliendo una sentencia internacional que decreta que esta práctica es ilegal. Desde que se dictó esa sentencia Japón canceló la cacería masiva, aunque continuó haciendo pequeñas incursiones en el Pacífico Norte.

La propuesta de Tokio de reducir el número de ejemplares de 900 hasta 333, es el último intento para conseguir la caza sostenible. El mundo es consciente de la necesidad de proponer alternativas a las personas que dependen de esta práctica como modo de supervivencia, pero sin solucionar esta problemática, sin embargo, aunque la caza con fines comerciales está técnicamente prohibida, la carne y otros derivados aún pueden encontrarse en el mercado.

Pues su caza sigue permitiéndose si puede justificarse su práctica con fines científicos.

En el siglo XX el aumento de la demanda de los productos derivados (carne, aceites, etc.) superó el límite sostenible de la población de ballenas en nuestros océanos. En 1982 se prohibió oficialmente la caza con fines comerciales en países pertenecientes a la Comisión Ballenera Internacional (CBI) y fue finalmente prohibida a nivel internacional en 1986.

A este propósito, la organización ecologista Greenpeace lleva más de cuatro décadas intentando concienciar al mundo sobre este tipo de prácticas. Según esta organización no gubernamental, varios países aún practican la caza de ballenas con fines comerciales y, en algunos casos, la disfrazan de "caza científica".

Cita como ejemplo los casos de Noruega, que presentó una objeción en 1982 y todavía caza hoy en el Atlántico Norte; de Islandia, que retomó la caza comercial en 2006, y Japón, que, según explican, utiliza la moratoria que permite cazar ballenas para "investigación científica".

De este último, la organización cita un caso de dos activistas japoneses, Junichi Sato y Toru Suzuki, que destaparon en 2008 un caso de contrabando de carne de estos cetáceos, en el que demostraban cómo ésta llegaba al mercado. A pesar de las pruebas, asegura la organización, estos activistas fueron condenados a prisión en un proceso al parecer un tanto irregular.

También nos recuerdan que las ballenas, además de su caza, tienen que enfrentarse a otras muchas causas que ponen en peligro su supervivencia, como son el cambio climático, la contaminación de los océanos, la pesca insostenible, etc. De todas las diferentes especies, casi todas las poblaciones se encuentran ya muy mermadas, algunas al borde de la extinción, toda vez que su reproducción se realiza muy lentamente por su longevidad.

En los últimos años, más de 10 mil ejemplares han desaparecido a manos de Japón, alegando fines científicos, sólo nos queda esperar que se tomen las decisiones adecuadas para que las aguas no vuelvan a teñirse con la sangre de estos magníficos cetáceos.