La conocimos cuando solo tenía 14 años en Érase una vez en América, la épica epopeya de Sergio Leone sobre la mafia en Manhattan a principios del siglo XX, en la que ella interpretaba un papel pequeño pero crucial. Era Jennifer Connelly en su primera película para la gran pantalla y ya se codeaba con Robert De Niro y James Woods, aunque no coincidiera con ellos en la parte del pasado de sus personajes. Pero rodó con Leone una de las míticas cintas de género negro de la historia, lo cual no está nada mal para empezar. Y continuó trabajando con otros maestros, como Darío Argento, en Phenomena o Jim Henson en Laberinto, la película que la consagra.

Hoy esa chiquilla cumple 44 años y los celebra como una de las actrices más aclamadas del Cine contemporáneo, ganadora de un merecidísimo Oscar a la mejor actriz secundaria por Una mente brillante y con un montón de clásicos en su filmografía, tanto comerciales (Hulk, Diamante de sangre, Simplemente no te quiere) como minoritarios (Requiem por un sueño, Dark City o La casa de arena y niebla) películas que son un referente y en las que ella aportaba todo su talento, que es mucho. Últimamente nos ha regalado una de sus mejores interpretaciones en la deliciosa Un lugar para el amor, donde hace gala, una vez más, de esas dotes sobrenaturales de actriz que tiene desde pequeña.

David Bowie, su compañero en Laberinto, hablaba en su día maravillas de ella, afirmando que tenía el talento y los mismos ojos de Elizabeth Taylor.

Y no se equivocaba el gran músico, ya que se hace evidente que ambas compartían unos ojos bellísimos y en cuanto al talento no hay más que ver las películas de las dos para saber que, de haber compartido pantalla, ninguna habría quedado por debajo de la otra. Próximamente la veremos en No llores, vuela, de Claudia Llosa, por la que ya ha recibido estupendas críticas, y también disfrutaremos de ella en Shelter, donde la dirige su marido, el también actor Paul Bettany, a quien conoció durante el rodaje de la película que le dio el Oscar. Junto a él también es de imaginar que soplará las velas de su tarta.