Siempre es un placer ir al Cine, más aún cuando se trata deWoody Allen. El genio de Manhattan, a los 79 años recién cumplidos, siguehaciendo cine “para no detenerme a pensar en la muerte”,  según ha declarado luego del estreno de suúltima película en París.

En esta nueva aventura del cine y del buen gusto por el cineWoody Allen nos transporta a los años veinte y nos sitúa en la Costa Azul Francesa.Por allí, con escenarios “art-deco”, todo aquel glamour de aquellos años, y la sobria elegancia de los paisajes naturales mediterráneos, una paragnosta, interpretada por Emma Stone(después de Scarlett Johansson, la nueva chica bonita de Woody Allen), y un mago, interpretado, también con elegantesobriedad, por Collin Firth se enredan en una competencia, que finalmente setorna romántica, “para ver quién desenmascara a quién”.

Se trata de una “pequeña obra de Arte”, si se me permite laexpresión, que al igual que las últimas películas del hipocondríaco neoyorkino,como “Medianoche en París”, “A Roma con amor”, “Match Point”, “Vicky Cristina Barcelona”, y otras rodadasen Europa que no pretenden más que convertirse – nomás verlas- en un cálido ysentido homenaje al cine. El gesto más sencillo de un gran actor y director queconoce todos los pormenores del séptimo arte y que jamás- y mire que lo hantentado- ha caído en las garras de Hollywood, ni en los mercaderes cinematográficosde la taquilla y el marketing.

Pero volvamos a la Costa Azul. Con aires de novela de Fitzgerald, como en “Suavees la noche”, que también transcurre en Niza, “Magia a la luz de la luna” estáfilmada y narrada con un ritmo lento, despacio para que el espectador –acostumbrado o ya harto de tanto cine de efectos especiales-, pueda relajarse y,no solo apreciar los bellos escenarios donde la historia transcurre, sinotambién cómo van aflorando emociones y sentimientos, cómo van evolucionando lospersonajes de los protagonistas hasta alcanzar su dimensión más humana deexpresarse.

“Magia a la luz de la luna” revela algo muy estudiado y conocidopor Woody Allen: nos demuestra una vez más, después de veinte películas más, que lo más bello suele ser aquello a loque menos atención le prestamos. Sin caer en sentimentalismos - demás estádecir que Woody es un maestro del humor más negro y pesimista-, esta película,compuesta por una historia simpática y simple, personajes más que agradables,no deja de estar cargada, como todas las del genial director de una incesante búsquedade sentido.

Está visto que para Woody Allen en esta nueva película, la número44 de una extensa y variopinta filmografía donde podemos encontrar plasmadoscasi todos los sentimientos y las emociones humanas, no hay más sentido quehacer cine; es decir no hay más sentido que estar vivo y seguir vivo. Como hereseñado al principio Woody Allen esquiva a la muerte "otra vez más" haciendo cine.