Esta semana da comienzo en Perú la sesión sobre el Cambio Climático, que lleva a cabo la Organización para las Naciones Unidas. Tras diez años de minería ilegal, grandes zonas de exuberantes bosques en tierras peruanas se han convertido en un páramo deshabitado y altamente contaminado.

Según los datos oficiales, la minería del oro clandestina ha destruido más de cincuenta mil hectáreas de los bosques peruanos, con lo todo lo que esto conlleva: contaminación de las aguas, ecosistemas devastados, especies en peligro, etc. Muchos de estos daños ya son irreparables.

El proceso de extracción del oro tiene como consecuencia la creación de residuos tóxicos que agravan aún más los efectos.

Además de sus altos costes ambientales, este tipo de prácticas afectan también a Salud de las personas, ya que el organismo tiene la capacidad de absorber altas dosis de algunos metales como el mercurio o el plomo. Al encontrarse estos metales también en las aguas, producen la contaminación de la pesca y todo es una reacción en cadena. Diversos estudios de la Organización Mundial de la Salud aseguran que en ciertas zonas de Perú los niveles de mercurio en sangre alcanzan cotas desorbitadas. El mercurio también se transmite durante el embarazo, lo que origina perjuicios graves a los nonatos.

Además de todos estos problemas ecológicos y de salubridad, la minería irregular provoca la explotación de niños y niñas, así como toda una serie de problemáticas sociales generadoras de exclusión y pobreza. El gobierno de Perú ha tomado cartas en el asunto, lo que ha provocado desplazamientos masivos desde estos lugares.

Aunque según los expertos en materia medioambiental, estas medidas no son suficientes. Se calcula que Perú ha perdido nada más y nada menos que mil 995 km cuadrados de masa forestal cada año transcurrido en la última década.

Una de las soluciones propuestas supondría el reparto de territorios a los colectivos indígenas, ya que sus métodos de gestión de los bosques distan mucho de la habitual dirección de los gobiernos o las empresas.

A cualquier persona medianamente cabal, le producirá escalofríos el ver las imágenes publicadas por diversos periódicos internacionales acerca de las consecuencias de esta práctica: cuando un frondoso bosque se convierte en un desierto, es algo tremendamente triste. La obsesión del ser humano por este metal reluciente es algo que nunca comprenderé. Cualquier objeto tiene valor porque nosotros, las personas, así lo decidimos. ¿Realmente esa piedra dorada vale tanto como para sacrificar la vida de miles de personas? Y si eso no bastara, ¿vale tanto como para poner en riesgo la vida de nuestro propio planeta?

Cada día que pasa estamos más cerca de que la situación medioambiental del planeta llegue a un punto sin retorno.

¿Hasta cuándo piensan posponer los diferentes gobiernos del mundo la adopción de medidas realmente eficientes? Este cambio, por desgracia, no está en nuestras manos, pues quienes realmente tienen la capacidad y el poder para cambiar las cosas no lo hacen. Véase que las grandes potencias económicas y financieras, son, a través de los gobiernos, las causantes en la sombra de los mayores desastres humanos y ecológicos.