Es muy común, y absolutamente comprensible, que las historias destinadas a los más jóvenes se centren en transmitir valores importantes como la valentía, la nobleza y la lealtad. Sin embargo, no deja de ser cierto que este tipo de historias, con la típica y bien conocida lucha del bien contra el mal, pocas veces resultan prácticas en la vida cotidiana. No ocurre así con la cuarta obra en nuestra lista

"Sensatez y sentimientos" - Jane Austen (1881)

Mientras que Elinor, de 19 años, es pensante y reservada, su hermana Marianne, de 17, es, al igual que su madre, efusiva y apasionada.

Esto vuelve las penas y preocupaciones que Elinor aplaca para no angustiar a su familia, invisibles a los ojos de una madre que considera que toda emoción es explosiva. La señora Dashwood deberá aprender, de la mano de su hija mayor, que el llanto no es una consecuencia necesaria al dolor, y que las adversidades no se enfrentan como se debe ni como se quiere, sino como se puede.

Por otro lado, Marianne experimentará a una joven edad los peligros de idealizar a las personas. Tan cegada como su madre por las pasiones, la segunda mayor de las Dashwood aprenderá que no todo lo que brilla es oro y que la perfección absoluta no existe. Más aun, Marianne deberá afrontar las consecuencias de haber escuchado rumores infundados y hecho juicios apresurados. 

Elinor y Marianne, Ferrars y Willoughby: estos personajes, junto con tantos otros, conjuran un constante contrapunto entre deber y deseo, timidez y desenvoltura, sensatez y sentimientos.

Y todo esto se articula en torno a la idea de que las emociones no vienen obligatoriamente acompañadas de la elocuencia necesaria para expresarlas, a la vez que una buena oratoria nada dice de los verdaderos sentimientos de una persona.

Es importante saber que, en aquella época, la novela se consideraba un género menor (algo así como las revistas "del corazón" de la época), con un lectorado dominado por damas demasiado ricas e importantes como para tener algo verdaderamente útil a que dedicar sus días.

Es por eso que estas obras difícilmente se alejaban de temas considerados "femeninos": desencuentros amorosos, engaños, rumores, amistades, etc. Jane Austen se las ingenió, sin embargo, para deslizar en sus novelas infinidades de comentarios irónicos, reflexiones profundas y sanguinarios sarcasmos dirigidos hacia la sociedad en la que se veía inmersa.

Así, entre desengaños y corazones rotos, la autora camufla una crítica sutil pero sumamente filosa a la porción femenina de la sociedad, adicta a los sentimentalismos, amiga de las lágrimas de cocodrilo, y siempre avocada al "lleva y trae".

Frase destacada: No tengo deseo alguno de ser distinguido, y tengo todas las razones imaginables para confiar en que nunca lo seré.[...] Deseo, al igual que todos los demás, ser perfectamente feliz; pero, al igual que todos los demás, tiene que ser a mi manera. La grandeza no va a hacerme feliz.

Argumento ante posibles quejas: Leelo, [inserte el nombre de su hijo aquí]. No quiero que te lastimen por crédulo. Tampoco quiero que te odien por incomprensivo.

Pero si te van a odiar, que sea con causa: aprendé un poco de sarcasmo.

Bonus: Si bien existen numerosas adaptaciones de ésta y cada una de las novelas de Jane Austen, todas ellas tienden a centrar su atención en (por no decir exagerar) la trama amorosa, fallándole así al retrato paródico compuesto por la autora. A demás, suelen obviar detalles tan interesantes como el embarazo adolescente en el 1800.