Hablar sobre los espacios en la literatura Argentina del siglo XX es reflexionar sobre la construcción, a través de una mirada nueva, descentrada y curiosa, de lugares físicos y espacios narrativos que dialogan con la sensibilidad exacerbada del poeta encandilado ante la modernización acelerada de sus calles.

A partir de 1880 - 1890, Buenos Aires pujaba por convertirse en una gran metrópolis, parecida a la París de referencia. En el último tercio del siglo XIX, la fiebre del progreso se vio estimulada por el aumento en la producción y exportación de materias primas, siendo el puerto el nexo privilegiado entre el viejo y el nuevo mundo.

Sin embargo, por él no sólo ingresaban productos para el comercio: también desfilaron millones de inmigrantes con sueños de progreso, atraídos por las posibilidades laborales y las diferencias salariales.

En su mayoría se establecieron en Buenos Aires que experimentó un aumento espectacular de su población: de 200 mil habitantes que había hacia 1869, se contaba con medio millón en 1895; este número se triplicó en 20 años, superando el millón y medio en 1914.

Esta aceleración en los cambios territoriales y tecnológicos que experimenta Buenos Aires, va generando diferentes miradas y construcciones a partir del punto desde el cual la examina el intelectual. Beatriz Sarlo, en su libro Una modernidad periférica, tomó como referencia los cuadros del gran pintor Xul Solar: sus formas geométricas son la expresión plástica de una sensibilidad modificada por una ciudad cambiante.

Es el espacio germinal donde puede desarrollarse "lo nuevo". Lo jóvenes intelectuales, tensionados por una tradición que los agobiaba y por la necesidad de refrescar y revolucionar esa misma tradición, deslumbrados y coactuantes de la aceleración modernizadora que cambiaba drásticamente sus calles, edificios y todos los espacios en general que habían pertenecido a su niñez y que ahora difícilmente podían reconocerse, se dan a la tarea de construir estética e ideológicamente una literatura que contenga y exprese la novedad.

La vanguardia es la expresión artística que les calza como anillo al dedo: el espíritu de ruptura que las define crea las condiciones para esa revolución que los jóvenes intelectuales argentinos buscaban. Trabajar con un lenguaje ya establecido para crear algo nuevo, hacerse cargo de la tradición para quebrarla y hacerla estallar.

La vanguardia convierte el objeto estético en objeto crítico de la realidad y, de esta manera, construir una nueva.

Los jóvenes vanguardistas argentinos fluctuaban entre la modernidad de Europa y la diferencia rioplatense; entre la aceleración y la angustia, el tradicionalismo y el cosmopolitismo. Pero Buenos Aires había sido invadida por una gran cantidad de inmigrantes que traían consigo su cultura, su lengua, sus formas de interacción. Era el espacio de la mezcla, que tenía puesto un ojo en la tradición y el criollismo fue la respuesta a la manera de leer y escribir el pasado.

Los grupos de Boedo y Florida nuclearon toda la efervescencia juvenil desde veredas opuestas: el primero desde las calles fabriles y pobres, el segundo desde las luces del centro.

De las polémicas sobre el lenguaje y la novedad se hará cargo la revista Martín Fierro, cuyo objetivo era sacudir al cómodo lector de época. De esta manera, se opondrá al grupo de Boedo y a todo lo que éste implicaba: la literatura menor, el idioma español contaminado, el barrio enfrentados a su gusto por el jazz, el cine y un idioma puro.