Durante años el término Generación perdida se utilizó para designar a aquellos jóvenes, europeos y norteamericanos, que habían experimentado en carne propia los horrores de la Primera Guerra Mundial, y que en los albores de los locos años 20 parecían empeñados en recuperar el tiempo perdido, exprimiéndole a la vida los placeres que ésta les había negado en los largos y oscuros meses de trincheras. En particular, el vocablo hacía referencia a un grupo de destacados escritores estadounidenses -Fiztgerald, Hemingway, Dos Passos, Faulkner y Steinback, entre otros-, que habían sufrido las penurias de la guerra y que una vez concluida ésta, habían decidido quedarse en París, empecinados en "extraer el tuétano de la vida", como había dicho medio siglo antes Henry David Thoreau; resueltos a hacer carne aquellos versos de Walt Whitman que rezaban: "Enjoy the panic that leads you have life ahead.

Live intensely, without mediocrity" ( Disfruta el pánico de tener la vida por delante. Vive intensamente, sin mediocridad).

Hoy, casi cien años después, asistimos al nacimiento de una nueva Generación Perdida, tan enajenada y confundida como la de entonces, que parece compartir con su predecesora el ansia de vivir la vida al límite y el deseo de olvidar la realidad que le ha tocado en suerte, pero que a diferencia de aquella, carece de su fuego y de su genialidad.

"Ni-ni" es una expresión que hace referencia a ese enorme grupo de adolescentes que "ni estudian, ni trabajan". El término fue utilizado por primera vez en Inglaterra en 1999, pero en los últimos tiempos ha ido cobrando cada vez más relevancia y actualidad.

En Argentina sin ir más lejos, un informe reciente del diario La Nación señala que hay 900.000 jóvenes con edades comprendidas entre los 16 y los 24 años que ya no se encuentran contenidos por el sistema educativo y que  además, carecen de un Trabajo estable. En España, según los datos de Eurostat, el número de "ni-ni" asciende a 1.400.000, y en México, por asombroso que parezca, la cifra ronda los 7.000.000.

Esta realidad impone un debate: ¿qué está sucediendo en el mundo para que un número tan elevado de jóvenes exprese un manifiesto desinterés por el trabajo, el estudio, la familia y el desarrollo personal? ¿Qué es lo que ha cambiado en nuestra mentalidad para que traicionemos de esta manera los sueños de los baby-boomers que nos precedieron?

¿Cuál es en definitiva, el detonante para esta transformación tan radical de la sociedad?

En 1920 el fenómeno sociológico podía explicarse a partir de muchos factores: la inmensa mortandad producida en Europa por la Gran Guerra, primero, y por la Gripe Española, después; el evidente fracaso del proyecto racional defendido por el Iluminismo; y, sobre todo, el descubrimiento de un mundo nuevo, muy alejado de los estrechos límites que imponían las fronteras políticas de los países. Pero ahora, sin embargo, las causas de ese vacío existencial que acusan los jóvenes de nuestra generación no están tan claras.

Hay una búsqueda, sí, pero una búsqueda sin horizontes ni sentido claro. Hay un deseo del alcanzar una transformación, pero se trata de un deseo minado por la pereza y la indolencia, en nada parecido al motor que mantuvo vivas las esperanzas del Mayo Francés del '69.

Hay un culto casi hedonista al placer corporal, a la excitación permanente de los sentidos, al vivir ahora y ya, pero la vida se va pasando en esa pretensión de vivirla al máximo. Hay en definitiva, una angustia generalizada, un aburrimiento colectivo, un pesimismo que no enmascaran ni el alcohol ni las drogas.