Hace años caí en esa maravillosa categoría que es la de feminista hincha pelotas. De todas formas, no es como si requiriera un gran esfuerzo quedar así catalogado, considerando que, en nuestra cultura, cualquier cosa que ponga en evidencia la Discriminación del tipo que sea, genera la inmediata reacción del suspiro, posiblemente simultaneo al revoleo de ojos.

Esa reacción que dice "otra vez lo mismo" y ante la que se puede proceder con el silencio o la toma de una posición todavía más hincha pelotas. De cualquier manera, el resultado suele ser siempre el mismo: oídos sordos.

"Otra vez lo mismo". Sí. Y es que una vez que uno logra ver un pedacito de sexismo, racismo, homofobia o el tipo de discriminación de su preferencia, no puede dejar de verlo. De repente uno se da cuenta de cómo la desigualdad mancha hasta el último rincón de nuestra cultura. Y ahí, en ese momento, es cuando cae papel picado y aparece el cartel que dice "¡Felicidades, te convertiste en un/a feminista hincha pelotas!".

A pesar de tener un padre al que ya adoctriné al punto de que me propusiera hacernos presentes en la marcha, decidí no asistir. No porque no crea que el reclamo es legítimo. No porque el movimiento estuviera salpicado de hipocresía basada en lo que es políticamente correcto.

No porque piense que no va a solucionar nada. No fue por nada de eso. Decidí no asistir porque la violencia contra la mujer que parece haber superado, por fin, el nivel de tolerancia, no es más que consecuencia de todos esos pequeños actos de violencia que las feministas hincha pelotas ponen en evidencia hace décadas.

Hace falta entender algo: para que un hombre golpee a su esposa delante de sus hijos hasta matarla hace falta más que desequilibrio mental.

Pensar que sólo se trata de eso es desligarnos de la responsabilidad que, como sociedad, como organismo, tenemos en ese crimen. Golpear y matar de formas tan sangrientas no es sólo producto de un desorden psicológico, sino de una sociedad cómplice. De una sociedad cuya concepción de la mujer germina en una mente enferma y la lleva a violar, golpear y matar.

Por eso no fui a la marcha: porque no lo necesito. Porque hago mi lucha desde otro lado. Porque trato con igualdad a hombres y mujeres, porque exijo ser tratada con igualdad, porque me enojo conmigo misma si bajo la cabeza cuando me insultan por la calle, porque no me enojo si no me ceden el asiento y lo cedo a hombres cuando corresponde, porque no trato de maricón al hombre que llora ni de puta a la mujer que se viste "provocativa". Porque me cansé de lo improductivo que es ser una feminista hincha pelotas y opté por el cinismo y la acción.

Porque mi experiencia hinchando las pelotas me dejó con frustración y con la lección de que el discurso y la argumentación tienen un efecto casi nulo contra el ejemplo. Porque si dejamos de tratar de cambiar al mundo y nos concentramos en nuestra propia conducta, es mucho más posible que logremos una mejor sociedad.