¡Qué cansancio!... Llega la noche y por fin, el descanso y la quietud de la casa nos invitan a gozar de la paz y el  sueño reparador. Nos acostamos, le damos un beso a nuestro compañero acompañado de un "hasta mañana si Dios quiere" y nos disponemos a dormir.

Un minuto, dos, tres. La mente empieza a funcionar con pensamientos que recorren el día transcurrido, con sus alegrías y sorpresas; los nietos que revolucionan el hogar, las cuentas que faltan pagar con un dinero que no alcanza, la inseguridad y los últimos acontecimientos mundiales nos asaltan y no nos dejan conciliar el tan preciado y necesario descanso.

La última imagen de la película que terminamos de ver en la tele, el resumen de la tarjeta que nos olvidamos de pagar y ya se venció… Mañana tenemos que retirar a los nenes del colegio más temprano porque tienen control… Porqué no ganamos la Libertadores, qué le pasa a Messi.

Pasan los minutos y el sueño que no llega. Decidimos levantarnos y tomar un vaso de leche tibia, quizá con eso podamos dormir; de nuevo en la cama, nos disponemos a lograr nuestro cometido sin pensar que al darnos vuelta en la cama todo tipo de dolores acuden sin prisa a envolvernos cual abrazo de amante. De pronto un calor sofocante nos empieza a invadir como si estuviéramos en el Caribe, a pesar de que el termómetro no alcanza los tres grados.

Miramos a nuestra pareja dormir como un tronco a nuestro lado, lo que nos provoca una tremenda y voluminosa envidia… Claro, es hombre.

Y al instante, una profunda depresión, nos invade; ya nada tiene sentido, empezamos a pensar que estamos viejas, cansadas, nos sentimos inútiles ante tanta demanda; nuestro cuerpo no nos responde como necesitamos, los dolores son intensos y abarcan casi todo el cuerpo lo que nos provoca una sensación de indefensión ante el avance de la vida.

¿Qué nos pasa, abuelas, qué nos pasa? Llegó la menopausia. Ese momento en la vida de las mujeres donde el sentido de la palabra "menos pausa" carece de valor.

¿De qué menos pausa nos hablan si no nos podemos mover a nuestro antojo? ¿Cómo aprovechar el no estar más ligadas a las hormonas si la falta de éstas son las causantes de tanta incomodidad?…

Cuando somos jóvenes daríamos cualquier cosa por dormir media hora más por las mañanas y al ser grandes, teniendo el tiempo para hacerlo, no podemos.

¿No es injusta la vida?

De pronto, suena el despertador. Ya es el otro día y nos damos cuenta que al fin nos quedamos dormidas. Casi sin darnos cuenta. Y bueno, a empezar la jornada. Al fin y al cabo, tenemos todo el tiempo para nosotras… hasta que lleguen los nietos del colegio. Bienvenidas a la tercera edad.