Mucho se ha hablado en los últimos meses del rol de la mujer en la sociedad moderna. Todos nos creemos más o menos capaces de explicar el papel femenino en el entramado social, pero pocas veces nos hemos detenido a pensar cómo contribuyen las mujeres en la formación intelectual y en la inteligencia de los sujetos porque nos hemos convencido de que esto tiene que ver con la educación recibida y no con los genes. Error.

Las teorías que postulan que la inteligencia es heredada de las mujeres no son nuevas. Hace más de cuarenta años, el científico estadounidense Robert Lehrke explicó que gran parte del componente intelectual de las personas está ligado al cromosoma X, heredado de las madres, quienes por ser mujeres cuentan con dos cromosomas X y, consecuentemente, con una mayor probabilidad de heredar rasgos relacionados a la capacidad intelectual.

Cuando los genes relacionados con daños cerebrales fueron estudiados por los doctores Hameister y Zechner de la Universidad de Ulm, en Alemania, se concluyó que muchos de estos se hallaban en el cromosoma X y estaban relacionados a la memoria. A la hora de elegir pareja, nuestros ancestros femeninos pudieron haber escogido intelecto sobre aspecto, lo que puso en marcha un mecanismo de selección. Los debates suscitados en torno a la superdotación intelectual aceptan - mayoritariamente - que la misma es hereditaria, y que esta herencia es posible gracias al material genético contenido en el cromosoma X.

Asimismo, mientras los genes maternos contribuyen al desarrollo de los centros de pensamiento, las investigaciones llevadas adelante por los doctores Eric Barry Keverne y Azim Surani de la Universidad de Cambridge indican que los genes paternos tienen incidencia en el desarrollo de las emociones.

A pesar de lo intrincada que puede resultar la comprensión holística del trabajo científico de Keverne y Surani, parte del resultado de su trabajo en embriones de ratones resulta asombroso: cuando dieron preponderancia a los genes de la madre en algunos y a los del padre en otros, lo que consiguieron fueron ratones con grandes cerebros y pequeños cuerpos en el primer caso.

El experimento en embriones donde preponderaba la carga genética del padre, en cambio, dio como resultado ratones de grandes cuerpos y cerebros pequeños. Touché.

Estos resultados no sólo tienen valor para la genética, puesto que las conclusiones arrojadas por los experimentos llevados adelante invitan también a la reflexión sobre el rol fundamental de la mujer desde el momento mismo de la procreación. El discurso social políticamente correcto nos dice que lo que importa no es el físico, sino la inteligencia. Ahora podemos militar esta idea con fundamentos.