3 de Junio. Argentina. Mujeres y hombres toman las calles de las principales ciudades en repudio a la violencia de género, más precisamente el femicidio. Mujeres, de veinte, cuarenta, sesenta años sostienen pancartas y carteles en apoyo a la campaña. Algunas con datos específicos, como "5 mujeres son asesinadas por semana" o "277 esposas y novias matadas en 2014". Otras, solo con la viralizada frase que hizo eco en todo el mundo: "Ni una menos". Es una marcha necesaria, una manera de ubicar el tema en una agenda cada vez más cerrada a la política y los chimentos.

Pero el problema va mucho más allá de la violencia hacia las mujeres. El gran problema de la Argentina radica en la violencia misma.

Con la campaña cada vez más difundida, los principales medios del país se ocuparon de investigar y transmitir datos brutos sobre femicidios y violencia de género. De acuerdo al Observatorio de Femicidios Adriana Zambrano, 1808 mujeres fueron asesinadas por violencia de género en casi siete años. 330 de ellas eran madres, y 200 menos de 18 años. Del lado opuesto, 32 hombres fueron matados por sus parejas entre 2009 y 2014. Son número que sorprenden, y dan pie a manifestaciones y protestas en busca de justicia. Pero existen otro tipo de datos. Dos personas de entre 15 y 29 años son asesinadas por día en Argentina.

720 personas cada año. ¿Las causas? Peleas, discusiones, robos, linchamientos. Vivimos en un país dónde la violencia existe en cada calle, en cada esquina, en cada casa. ¿Y que hacemos cuando la vemos? Nos unimos o huimos de ella.

El 15 de Mayo Gustavo Sierra redactó una nota en el diario Clarín titulada "Argentina Salvaje: como detener la violencia que nos azota".

Haciendo alusión a la excelentemente representada película de Szifrón, "Relatos Salvajes", Sierra nombró los problemas que vemos y vivimos cada día. La furia contenida por el tráfico, que se desata ante el mínimo choque con otro vehículo, la rabia por la música alta del vecino y los robos incesantes por conseguir 5 gramos de droga.

Las hemos asimilado como nuestras, y las usamos como crítica cada vez que vamos a Estados Unidos y vemos como allá "todo funciona tan bien". Pocas veces nos paramos a reflexionar que quizá, solo quizá, cada uno de nosotros tiene parte de la culpa.

Es cierto, los datos no mienten. En 2014 Argentina fue el primer país latinoamericano en denuncias a la policía por robo y cuarta en ventas de droga en la vía pública. Todo esto suma a la causa, pero no la totaliza. Los argentinos estamos enfurecidos. Suena la alarma e insultamos por el trabajo que tenemos, subimos al subte y discutimos con la persona de atrás que nos empuja en cada parada, almorzamos en una confitería y protestamos contra el mozo por los precios cada vez más altos.

La lista sigue y se adapta a cada rubro o área del país. En las canchas de fútbol, los boliches, las villas. Noche y día, la furia reina el aire. Podríamos seguir quejándonos por años, pero caeríamos más como personas y como nación. ¿Muchos dirán, se puede solucionar? Sí, se puede.

Debemos enfocarnos y tomar como prioridad la educación como máximo estandarte para resolver la violencia argentina. Transmitir valores de paz, de alegría, de esperanza, no solo en las escuelas sino también desde la familia. Profesores y padres enojados darán fruto niños enojados, que un futuro se convertirán también en docentes y tendrán hijos, haciendo que el ciclo de furia continúe. Por eso, no podemos fallar. El momento es ahora. Cada acción que realizamos repercute en la Argentina del futuro, y está en nuestras manos decidir si queremos reducir o aumentar los 720 jóvenes que mueren año a año en nuestro país.