El domingo, San Lorenzo volvió a afianzar su paternidad sobre el Xeneize, imponiéndose por 1 a 0 en la agonía del partido. En virtud de ello se han planteado múltiples cuestiones: que si un planteo es mezquino, que si es inteligente, que si otro merece porque tuvo más tiempo la pelota, que no sirve tenerla sin ser punzante, etc, etc. Volviendo sobre estas cuestiones, se me ocurrió pensar ¿Por qué un resultado moviliza tantas pasiones contradictorias dentro de un mismo ser? ¿Acaso cómo sería la mañana de cualquier simpatizante de Boca si Bentancur no hubiera cometido el error que cometió?

Sin dudas que es imposible saberlo, pero no menos cierto que esto es que no se detendría a pensar acerca de si los cambios estuvieron bien o mal hechos.

Por otras latitudes, resulta imposible considerar un resultado deportivo como factor determinante en el ánimo de un hombre cualquiera, pero en la Argentina no es así. ¿Por qué? Porque aún sin saber qué es precisamente aquello que nos da el Fútbol, lo amamos, aún más allá de los colores, al final del día, lo que nos queda, es el sabor o el sinsabor de haber o no gritado un gol. Ya no importa si uno es hincha de River, de Boca o de Sarmiento de Junin, los distintos colores representan un solo sentimiento: el amor al fútbol. Es así que nunca es un mal plan pasar el fin de semana viendo partidos de equipos de los cuales uno, no sólo no es hincha, sino que hasta desconocía sus jugadores unos minutos atrás.

Indudablemente, la vida y el fútbol van de la mano. Uno puede cambiar de pareceres, de auto, de casa, de trabajo y hasta de mujer, pero nunca de club. Incluso, algunos privilegiados, nacemos con una inclinación natural hacia los colores que nos desvelan. Más el hincha, convencido de haber conocido el amor, jura que será fiel a ellos aún más allá de la muerte, desafiando a la naturaleza, a Dios y a cualquiera que se interponga en su pasión.

Ya inmiscuyéndonos en lo que concierne al juego, es notable como un simpatizante común puede sugerir con total naturalidad cómo debía haber sido un cambio o un planteo. Y no es casual. Argentina es tierra de todólogos. De haber nacido en esta locación, ni el primer hombre mono del mundo sentiría pavor por decir si hay que quitar el cepo cambiario o mantener las políticas de redistribución –O jugarle con doble 5 a los buitres-.

Y está bien que así sea, porque en esa diferencia yacen las discusiones, productivas o improductivas, del café, de la cena, del fin de semana, o de las modernas redes sociales. Lo concreto es que uno deposita sus expectativas para el resto de la semana en aquellos que salen a la cancha a defender los colores, pero también deberán defender esa esperanza de cada hincha. No estoy seguro de si esto es correcto o no, pero en muchos casos sucede, y no hay manera de que no sea así. Se genera, así, una proyección del sentimiento, donde el hincha supone que el jugador sale a la cancha a vestir la camiseta con el mismo sentimiento que él lo haría. Allí nace la pasión, se exacerban los sentimientos, crecen las expectativas y se culmina explotando en un grito de gol o en un ‘’jugadores, jugadores’’.

A fin de cuentas, en el fútbol, las tristezas siempre son más que las alegrías y precisamente es esto lo que le da más valor a cada conquista. Por caso, uno puede olvidarse casi todos los días de su vida, menos el del campeonato –o el descenso-. El fútbol no es la vida, pero se vive como tal, y es nuestro deber cuidarlo como a tal.