“Seguro que las vendían para comprarse paco”. Así, con esa liviandad queda configurado el pretexto con que limpiar conciencias ante una nueva exclusión.

Los pibes que durante años acunaron la esperanza de llevarse su netbook al final de sus estudios, tendrán que resignarse al NO que otros han decidido. Y esa computadora no se constituía solo en un premio al esfuerzo con el que muchos de ellos habrán afrontado situaciones complicadas en sus hogares para concretar su meta. Ese aparato se convertía, además, en su contacto con un mundo que a menudo se empeña en dejarlos afuera.

Esa banda ancha no los conectaba solamente a un universo virtual. También les generaba un lazo con un planeta del que casi siempre han quedado al margen.

Los pibes no han tenido la fortuna de nacer en mejores barrios. El destino les marcó las cartas desde el útero de sus madres y los decidió morochos, con el vientre hinchado, y con muchos hermanos. Los vistió, en el mejor de los casos, con delantales usados, con zapatillas regaladas y con abrigos de mangas que quedan cortas. Los obligó a pensar con el estómago semivacío y el cuerpo cansado de colchones flacos. Los dejó mirando, con la ñata contra el vidrio, juguetes para blanquitos y platos que devoran otros. Aun así, los pibes llegaron al último año.

Y la netbook, quizás, iba a compensar un poco de toda la comida que les faltó y la infancia digna que les debemos.

Los pibes ya no tendrán su recompensa. A cambio, unos cuantos voltios disparados desde una permitida TASER, servirán para anestesiar su impotencia y sus reclamos si se les ocurre pasarnos factura. Poco importa si la tortura fue abolida en la Asamblea del Año XIII.

“Seguro que las vendían para comprarse paco”. Creo que empiezo a entender como nunca estos latiguillos redentores que nos inventamos. De la misma autoría que el de “Pesada herencia” o “Son todos ñoquis”. Realmente se nos vuelven cada vez más urgentes. Porque si no nos eximimos mediante frases semejantes; si no nos convencemos de que les servían para conseguir drogas, nos volveríamos imperdonables.

Entonces, ya con la conciencia en perfecto orden y como una especie de profecía autocumplida, dejamos de invertir en netbooks para muñirnos de armas. Así, cuando los pibes vuelvan a vagar en las esquinas por estar desconectados del mundo, tendremos con qué paralizarlos y asegurarnos que no invadan nuestro exclusivo universo de rubios con wi fi.