Es probable que haya sido débil y ahogado. Entumecido de dolor. Amordazado hasta lo impensable. Amortiguado por un par de paredes, únicas testigos del espanto. Pero ni sus siniestros verdugos en la víspera, ni el país que la lloró el día después, imaginaron que ese grito aturdiría tanto.

El grito de Lucía sacudió a bocanadas un silencio secuaz que viene naturalizando barbaries para convertirlas en titulares y estadística. Y voló con su estruendo las hojas de un calendario que cada 3 de Junio se cuelga un cartel de lavar consciencias.

El grito de Lucía hizo estallar los ladrillos de miles de muros sólidamente construidos detrás de pantallas y no hubo más opción que inundar las calles.

Se vistió de luto, dividió aguas, salteó algunas grietas, se burló de una tormenta y se volvió trueno.

El grito de Lucía rescató del olvido a otros tantos gritos. Con ella volvieron a gritar Lola, Micaela, Daiana, Candela y Rocío. Gritaron Nora Dalmasso y María Marta García Belsunce. Gritó María Soledad Morales desde una Catamarca que ya no recordaba su quejido. Y gritaron las sin voz, las sin nombre, las sin rating. Con ella, gritaron todas.

El grito de Lucía traspasó fronteras y trazó un nuevo mapa. A sesenta ciudades del mundo, además de las ochenta en nuestro suelo, llegó su alarido. Latinoamérica, Centroamérica, Europa Occidental y hasta el sur de Estados Unidos, donde un misógino con mayúsculas puede convertirse en presidente - ¡vaya paradoja!

-, retumbaron con su eco.

El grito de Lucía provocó hordas de indignación y bronca. Evidenció culpas. Desenmascaró connivencia. Desnudó miserias y complicidades. Derribó prejuicios y temores. Encendió alertas, sirenas, botones anti-pánico. Y vociferó hasta desaletargarnos.

Es probable que el grito de Lucía haya sido débil y ahogado.

Pero eso no le impidió convertirse en rugido, en temblor, en sismo, en estallido. Ahora le toca descansar, sin la paz ni la justicia que le debemos para siempre. A nosotros, el deber urgente de proteger a todas las que no murieron hoy gracias a que ella gritara. Y a las que no deben morir nunca más si pretendemos que algún día se nos perdone su grito.