Un muro. Una raza. Una cultura. Una enfermedad: la xenofobia. La excusa políticamente perfecta para defender un pueblo: para la distinción de clases.

Entre 220-206 a. C. Shih Huang Ti (el primer emperador) construyó la Gran Muralla China, y también ordenó quemar los libros de todas las demás tendencias. De este modo el emperador constituía una verdadera ruptura con el pasado y garantizaría la seguridad de su pueblo frente a la razia de pueblos enemigos del norte. La Gran Muralla sirvió tanto para no dejar entrar como para no dejar salir. Pero, en realidad, esa barrera no sirvió de gran cosa, cuando en el siglo XIII el Imperio Chino vivió sus momentos más críticos pagando subsidios disuasorios a los pueblos del norte para detener su avance.

Entonces, ¿Para qué sirven los muros? Shih Huang Ti buscaba que la historia empezara con él mismo.

En la actualidad de Los Estados Unidos, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, y con el muro que ha ordenado levantar a lo largo de la frontera con México, podríamos decir que el nuevo presidente estadounidense quiere parecerse a un emperador. Trump busca la “grandeza de América” estigmatizando a las demás culturas: principalmente a las de habla hispana. Acostumbrado a su rol de hombre de negocios, como político sigue siendo fabulador de historias falsas. Un hombre que contagia sus incoherencias a sus seguidores desde la red social Twitter para polarizar a un pueblo.

Debe ser difícil para Trump ser el presidente del país más poderoso del mundo y sentir que México es una amenaza para la seguridad de su pueblo.

Desatar una guerra comercial para asustar al mundo y no saber si amigarse con Rusia o negociar con China. Debe ser difícil ser Donald Trump: querer volver a una potencia “más grande que nunca” y encontrarse detrás de todos los miedos. Quizá ser una estrella de televisión sea más fácil.

Trump ha demostrado su alergia hacia Latinoamérica, en especial a México, al que considera un nido de delincuentes, y claro, debe protegerse con un muro.

Sus planes con los países latinoamericanos no son más que la construcción de una muralla. Su ego lo aprisiona, su riqueza lo autoproclama un genio de los negocios; su falaz adulación atrae simpatía con los de su clase, y compensa sus inseguridades arraigadas por su popularidad.

Trump, al igual que el emperador Shih Huang Ti, quiere acabar con la historia: la construcción de muros y la persecución a las minorías es la mejor manera.

Está claro que lo más fácil para solucionar el miedo es recurrir a la xenofobia, al racismo. Instalar una trama de prejuicios para la distinción de clases es lo más fácil para “hacer América grande de nuevo”. ¿Pero en realidad es la solución?