"Las matemáticas son el alfabeto con el cual Dios ha escrito el Universo", profesaba hace siglos el matemático, filósofo, astrónomo e ingeniero Galileo Galilei. Las matemáticas rigen el todo. La ciencia más dura de las ciencias duras. La más rígida e inquebrantable. El que domina las matemáticas piensa, razona, analiza, y por ende actúa con lógica en la vida cotidiana; por lo tanto, domina el mundo.

Los magos, o prestidigitadores, engañan con una mano mientras con la otra preparan el truco. El público, atónito, observa el ir y venir de sus dedos sin poder percibir el engaño. Está allí, es evidente, pero sus sentidos -acostumbrados a la mansedumbre- no lo perciben. Y el público cree. Y festeja o se fastidia. Pero nadie lo descubre. En la magia, dos más dos es igual a cinco. Incomprensiblemente da cinco. Es real pero inentendible. E igual es en la política.


En las antípodas de los magos de los números están los estoicos de la palabra. Muy propio de ellos es mantenerse firmes a sus discursos pese a que la realidad los apabulle. Creen -o eso afirman- dócilmente en aquello que se les ordenó creer y esgrimen hábilmente con su verborragia como si fuera un florete. Su realidad tangible no va más allá de su perorata. Los números, una y otra vez, los terminan derrotando. Pero ellos se mantienen firmes, estoicos con sus palabras.


El Ingeniero amarillo, como tal, piensa y vive de números. Su formación así lo educó. Es por eso que, sabiéndose ducho en el manejo de números y porcentajes, no es de extrañar que quiera mantenerse inamovible en su decisión. En su misma línea, aunque sin el conocimiento en el arte de la magia numérica, el Renovador acepta ser parte del juego. No comprende, sólo confía, pero se hace partícipe. El que maneja las matemáticas...


Los de la vereda de enfrente, la de los estoicos de la palabra, duros en la manipulación correcta de los números, son apabullados por los magos. Sus intentos de manipulación de las cifras deben ser siempre sostenidos por malabares de la parla. La verborrea insustancial sólo sirve para maquillar pobremente el dibujo de los números. Y sus seguidores, también estoicos, repiten el discurso.


El Ingeniero y el Renovador actúan en conjunto. Hábil con las cifras, calculó concienzudamente los diferentes escenarios que planteaban las encuestas. Estiró hasta el final. Sacó punta al lápiz, borró y volvió a calcular de nuevo. Los estoicos de la palabra fueron esta vez los primeros espectadores. Los primeros engañados. Y con ello colaboraron inocentemente en preparar el terreno para el público objetivo. Las encuestas, esta vez, fueron el paño negro de los magos.