Margarita Meira es una mujer imparable. En 1988, conmovida por la pobreza y la miseria que observaba en su barrio, Constitución, decidió abrir las puertas de su casa para dar de comer a personas en situación de calle. Lo que pensó que duraría unos pocos meses, hasta que la situación económica del país se "normalizara", terminó prolongándose por más de 20 años. "Pusimos un comedor pensando que se iba a aliviar un poco (el hambre) y que en poco tiempo se iba a terminar esta problemática social", cuenta Margarita en una entrevista realizada en su casa, una construcción antigua que hoy funciona también como el "Centro Cultural Madres de Constitución".

El financiamiento del comedor, en sus inicios, se valió de la solidaridad y la cooperación de los vecinos. "Salíamos a pedir a los comercios. Después de mucha lucha, logramos que el gobierno de la ciudad nos provea de alimentos", dice la mujer mientras intenta recuperar, en su memoria, las imágenes de hace más de dos décadas.

Cuando se le pregunta acerca de las personas que concurren al comedor diariamente, cuenta que son alrededor de 300 y agrega que "la gente viene a través de los hospitales y otros pasan y ven (…) estamos a una cuadra de la estación Constitución, donde hay una cantidad de gente que viene de todos lados porque las grandes terminales traen mucha gente". En efecto, muchas personas que vienen del interior a atenderse o hacer atender a sus hijos en los Hospitales Garraham, Casa Cuna y Muñiz, terminan asistiendo a su comedor en busca de alimento y contención.

A veces las donaciones no alcanzan y el dinero para la comida sale del bolsillo de Margarita y su esposo.

Sin embargo, esta mujer es imparable, no sólo por su ímpetu en llevar adelante un comedor y centro cultural en una de las zonas donde la marginalidad social es más que evidente, sino también porque supo continuar, con la fortaleza que la caracteriza, después de un episodio que marcaría un antes y un después en su vida: el secuestro y asesinato de una de sus hijas por una red de trata.

Susana desapareció en 1991 con tan sólo 17 años. Por ese entonces, Margarita y su marido habían perdido sus empleos y subsistían a partir de la venta ambulante. El entregador fue un hombre que engañó a su hija y se hizo pasar por su novio. Él mismo alquiló la habitación donde luego la asesinaría.

A partir de la desaparición y el posterior asesinato de su hija, Margarita comenzó una lucha contra la trata de personas que hasta hoy continúa.

En su comedor asiste a madres que están buscando a sus hijas y no encuentran el apoyo que esperaban desde el Estado. "Yo en ese tiempo pensé que la Justicia me iba a ayudar, que iba a hacer algo, pero desconocía totalmente que la Justicia es cómplice de la prostitución y de la trata", dice la mujer como quien se resigna ante una realidad que la supera.

Finalmente, Margarita dice que a través del comedor conoció y se involucró en las más diversas problemáticas que atraviesan a la sociedad y, en especial, a los sectores más vulnerables y marginados. "Yo no le recomiendo a nadie que ponga un comedor si realmente no va a poner todo su amor para llevarlo adelante", concluye.