En unos de nuestros paseos familiares terminamos en Federación, Entre Ríos, ciudad mágica; sitio de hermosos paisajes con mucha vegetación; ideal para la vida en la naturaleza.

Se encuentra sobre la margen del Río Uruguay, a orillas del embalse formado por la Represa de Salto Grande.

Pero, más allá de su ubicación geográfica, lo que llama la atención es su historia como ciudad.

Cuando se decidió, por una cuestión económica y política, la construcción de la represa de Salto Grande, para aprovechar la fuerza hídrica del río Uruguay, la ciudad se vio conmocionada con que sería mudada de su lugar habitual porque el cauce del río pasaba por encima de dicha orbe.

Se empezó a construir la ciudad nueva, y a quienes intentaban vender les pagaban prácticamente nada por su vivienda; el monto les alcanzaba apenas para el pago de la primera cuota de la casa en la futura localidad, que adjudicaban automáticamente, pagadera en 30 largos años.

Los más perjudicados sin duda fueron los ancianos, las personas adultas ya establecidas, con toda una vida armada, y que fueron, de una forma legal, obligados a mudarse a la flamante ciudad.

El emplazamiento se construyó en poco más de un año. Cuando ya estuvo mínimamente habitable, a los nuevos moradores se les mandaba un camión de mudanzas con dos doras de tiempo para cargar sus pertenencias; así se fue deshabitando la ciudad vieja. Al principio no contaban con luminarias de ningún tipo, inclusive apenas anochecía se encerraban asustados por la presencia de víboras por todos lados.

Aunque parezca increíble, les costaba reconocer la casa de cada uno, ya que eran todas iguales. Por este motivo los vecinos comenzaron a distinguirlas con la colocación de distintos elementos: una cinta roja en la entrada, una rueda de carro, una herradura, etc.

Estas casitas, aunque de afuera eran todas iguales, por su construcción estaban clasificadas en tres formas, según la cuota a la que había podido acceder cada familia.

Con el tiempo, tuvieron la suerte de pagar una perforación inmensa para verificar si había aguas termales, y la fortuna les cambió. La ciudad se volvió próspera gracias a los beneficios de las aguas termales, algo que los residentes agradecen profundamente con una frase: "Lo que el agua se llevó, el agua lo devolvió".

Lo que queda de la ciudad vieja es el cementerio, el Museo de la Imagen y el Acuario, los aserraderos, una comunidad dedicada a la apicultura, y algunos pocos pobladores que sus viviendas no fueron afectadas por el agua. En la Vieja Federación no existen escuelas ni negocios; no obstante cuentan con micros locales que van y vienen continuamente para su mejor vivir.

Aunque ahora es una bella ciudad joven y con mucho atractivo turístico, se puede ver en los ojos de los abuelos del lugar la tristeza de lo que perdieron, y siempre esperan con ansias la bajante del río para poder visitar los cimientos de su vieja casita.