Si hay un destino que no puede faltar en cualquier viaje por los Estados Unidos, este es, sin lugar a dudas, Nueva Orleans. Decir "Nueva Orleans" es hablar del Mardi Gras, del French Quarter, de la cuna del blues y el jazz, de un Misisipi cuyas aguas supieron alimentarse con la sangre de los soldados de la Unión, de los sórdidos pantanos de las afueras de la ciudad que han inspirado mil y un novelas, del vudú, de la cultura criolla y, por sobre todas las cosas, de decenas de garitos infames donde por las noches la oscuridad se bate a duelo con el humo de cien cigarros, mientras resuena el tañido de una guitarra y una voz derrotada y aguardentosa nos habla de los recuerdos, del amor perdido y de las esperanzas que ya nunca habrán de cumplirse.

«Do you know what it means to miss New Orleans?», se pregunta la bella Billie Holiday, al tiempo que Louis Amostrong arranca de su trompeta los acordes más tristes que cualquiera pueda imaginar. ¿Sabes lo que significa extrañar Nueva Orleans? Y uno sólo puede concluir que no, que es imposible saberlo a ciencia cierta si nunca se han pisado las calles de esta maravillosa ciudad.

Ubicada en el sudeste de los Estados Unidos, en el estado de Luisiana, y con poco más de 200.000 habitantes, Nueva Orleans se erige como una ciudad auténticamente multicultural. Su historia es una de las más ricas de todo el continente, y no es casual que convivan en su interior una plaza de armas española, un barrio francés, mansiones sureñas que parecen extraídas de un decorado de "Lo que el viento se llevo" y la sórdida melancolía de una calle, la Bourbon Street, que apesta al fracaso del sueño americano.

Fundada originalmente por colonos franceses, la ciudad pasaría a la corona española en 1763, para luego, en 1801, retornar a manos franceses y, finalmente, ser vendida dos años más tarde a la por entonces joven nación norteamericana. Quizás es por esto que Nueva Orleans ha sido desde sus orígenes un verdadero crisol de razas.

Punto de partida para el blues y el jazz, paraje turístico por excelencia de los Estados Unidos, refugio de borrachos, artistas callejeros, vendedores ambulantes y músicos fracasados, cuna de burdeles, de bares, de oscuros garitos donde los deseos más prohibidos cobran realidad, Nueva Orleans acaba siendo, en definitiva, una ciudad que aúna al hedonismo y a la derrota.

A las trompetas de principios del siglo pasado y las guitarras eléctricas que nos hablan del nuevo milenio.

Pero no todo es color de rosas en esta ciudad. En el 2005 el poderoso huracán Katrina arrasó la costa este de Luisiana, causando una verdadera devastación que obligó al alcalde de Nueva Orleans a ordenar la evacuación total. En los días siguientes la ciudad fue presa del caos, el entonces presidente George Bush decidió enviar 24.000 soldados a tratar de recuperar el orden y el sueño de los neorleanos parecía haber perecido para siempre. «Nueva Orleans era una canción que sucumbió bajo las olas», escribió por aquel entonces James Lee Burke, con el dolor de aquel que lo ha perdido todo, pero afortunadamente en los últimos años la ciudad ha comenzado a emerger de nuevo, poco a poco, lentamente, al compás de esos acordes nostálgicos y melancólicos que supieron brotar de la guitarra de Robert Leroy Johnson.