“El Café Tortoni les da la bienvenida a esta mágica noche”, se escucha en el salón, construido en 1858, en donde las luces se atenúan para que comience el show. Las voces de los ansiosos espectadores se funden en un idioma incomprensible mezcla del inglés, portugués y español.
El ambiente se torna íntimo y las mesas se conforman de dos pares de parejas. No importa que no se conozcan entre ellos, la mesa es para cuatro.
Eso da pie a la interacción y el descubrir otras culturas, porque, eso sí, pocos argentinos asisten, a pesar de ser uno de los bares más históricos de Buenos Aires. Allí todavía las canciones de Carlos Gardel se siguen oyendo a pesar del paso de los años. Como si nunca se hubiese ido.
De pronto, el tango toma vida y aparecen en escena tres parejas de bailarines y un cantante. El baile, la comedia y la actuación, inundan la escena y llena el salón de cultura puramente Argentina para deleitar a los extranjeros que asistieron al bar para descubrir Buenos Aires. En el escenario no solo se aprecia a los protagonistas del espectáculo, sino que también a los co-protagonistas, sus propias sombras.
El juego de luces le da misterio a lo que allí ocurre y hasta le da más sensualidad al baile.
Cabarets, prostitutas, el alcohol, peleas, amistades, lo sexy, mujeriegos, la vanidad, amores desencontrados (y encontrados también), son los temas que abarca el show durante una hora y representa de manera exacta lo que este género argentino es en esencia. Además, como para que nadie se vaya sin sentir la cultura impregnada en sus venas, un bailarín de malambo con sus boleadoras representa el papel de gaucho.
Una “Sensación de Tango”, representada por Flavio Catuara y elenco, pone en escena el juego de dos cuerpos que más que sincronizados, se sintetizan para ser uno solo y en vez de bailar, vuelan.
Cuando las luces se encienden pareciese que a ninguno del público le duele la mandíbula de tanto sonreír y las manos por aplaudir. “Amo a Buenos Aires, amo el tango y amo a la Argentina”, dicen dificultosamente en español Peter y Anna, una pareja de Texas, Estados Unidos. “Es nuestra primera vez acá, pero vamos a volver”.
Tarareando “Por una cabeza”, canción que se enseñó en el espectáculo, el público se levanta satisfecho de sus asientos. Suben las escaleras para salir del sótano en donde había ocurrido la mágica noche que se prometió al principio y abandonan el bar en donde alguna vez pisaron tantos intelectuales locales como Jorge Luis Borges y Alfonsina Storni. Adiós y hasta luego al Viejo Tortoni, historias que viven en tu muda pared.