Ya nada de lo que haga el papa Francisco nos sorprende, es tan de la calle, tan del pueblo, tan igual, que cualquier ocurrencia que tenga ya no nos asombra. Ya invitó a un fiel a subirse al papamóvil, ya le lavó los pies a un enfermo, ya se negó a vivir con lujos y a utilizar la museta papal finísima y el resto de la vestimenta que todos habían usado antes, ya se negó a que le den preferencias, a tener seguridad, a que lo traten como Su Santidad, ya dijo que en una de esas los divorciados y los que viven en unión libre podrán casarse por la iglesia y, quién quita, hasta los homosexuales… entonces no es de sorprendernos que quiera salir a la calle a comer pizzas, ¿o sí?
Y es que recientemente el papa Francisco, líder de los 1,2 mil millones de católicos del mundo platicó durante una entrevista que añoraba poder salir a la calle sin que alguien lo reconociera a conseguir una pizza como lo hacía antes, comida que no ha podido disfrutar desde que asumió el puesto más alto en el Vaticano, pues ahora come en el comedor común, que sirve comida como de cafetería para todos quienes estén invitados a la cena.
Así fue que durante su visita de un día a la ciudad de Nápoles, el pasado 22 de marzo, el dueño de la pizzería "Don Ernesto", llamado Enzo Cacialli, enterado del antojo de S.S., esperó con una pizza en la mano al Papa que recorría la ciudad, y cuando pasó cerca de él se las ingenió para hacerle una entrega personal en el mismísimo papamóvil.
Pero no era una pizza cualquiera, era una creación especial, un símbolo de amor; fue hecha con tomates amarillos en lugar de rojos, para reflejar los colores de la Santa Sede y podía leerse que de pasta estaba escrito, 'Il Papa'. Con una enorme sonrisa Francisco la tomó en sus manos mientras el papamóvil se alejaba.
Esto ya parece ser una tradición, pues el padre del pizzero preparó en 1994 una pizza para el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, informó el diario napolitano "Il Mattino".
Y si de antojos y 'gustitos' se trata, el Papa no podrá quejarse, pues también recibió algunas otras delicias en su visita a Nápoles como galletas y dulces elaborados por algunas monjas que, literalmente, le acosaron mientras se sentaba en la catedral de napolitana.
El arzobispo de Nápoles, cardenal Crescenzio Sepe, tuvo que hacer una dispensa especial para que las monjas salieran del claustro y las amonestó por su comportamiento. Pero con todo y ese detalle, Su Santidad dijo que sus galletas estaban muy buenas y que las iba a comer con leche en el desayuno todos los días.