Un señor mayor, de 81 años de edad, llamado Clarence Blackmon , que vive solo en Fayeteville, Carolina del Norte, EE.UU, volvió a su hogar luego de recibir sus tratamientos por un cáncer de próstata, enfermedad que sufre desde 2008. Y para sorpresa del anciano al llegar a su casa, se encontró con que no tenía alimentos para comer. En ese momento, tristemente, viéndose sin salida y en aprietos, decidió llamar como último recurso al 911, solicitando ayuda, pidiendo provisiones o algo para digerir.
Del otro lado de la línea, quien respondió la llamada fue la señora Marilyn Hinson, quien, como de costumbre, hacía sus turnos de rutina.
"Cuando atendí el teléfono, no podía creer lo que escuchaba" dijo a los medios. "Quien pedía ayuda no era la víctima de un accidente, o de un crimen, ni el dueño de un perrito atrapado en algún lugar; sino un anciano enfermo, y hambriento". Contó que: "Él me decía 'No puedo hacer nada; no puedo ir a ninguna parte; no puedo salir de mi maldita silla'."
Conmovida por aquel pedido de auxilio, la mujer no pudo negarse a darle una mano al anciano. Según declaró a la ABC News: "Él tenía hambre. Yo personalmente he pasado hambre. Mucha gente no puede decir eso, pero yo sí, y no puedo soportar que otra persona pase hambre".
El anciano le había dicho que todo lo que pedía era un repollo, una lata de porotos, remolacha, pochoclos, jugo de tomate y una gaseosa Pepsi.
Finalmente Hinson, con la aprobación de su supervisora, fue hasta el mercado e hizo un surtido para Clarence. Con eso le preparó un sándwich de jamón, al que el anciano llamó un festín, y también le hizo otros más, para más adelante. Para Blackmon, todo era una bendición: "Era como un pequeño milagro que zumbaba en mi oído", dijo, a la vez que agregó: "Yo pensé y dije, Jesús, respondiste mis oraciones".
El anciano, que trabajó durante más de 40 años en una compañía petrolera, en el 2011 había quedado viudo, tras la muerte de su esposa Wanda a raíz de un cáncer. Desde entonces sólo estaba envuelto en deudas, lo que lo habría obligado incluso, a perder la casa donde vivían.
Sin embargo, Blackmon, ahora ya no está solo; pronto recibirá los cuidados de una enfermera, quien lo visitará dos veces por semana en su domicilio. Las autoridades locales, en conjunto con la Iglesia, ya cooperan para que el anciano reciba toda la asistencia que necesita; asegurándose de que tenga así, un mejor futuro.