Los internos de las instituciones carcelarias que deciden completar sus Estudios secundarios, aprenden mucho más que contenidos académicos. Reciben una valiosa educación humana y social, lo cual le otorga a las escuelas en contexto de encierro un enorme valor social ya que tienen gran potencial para evitar que el alumno reincida en el delito cuando recupere la libertad. No obstante, este potencial muchas veces no se concreta en los hechos debidos en mayor parte a la discriminación y a la falta de trabajo con la que se encuentran al salir de la cárcel.
En la Argentina existen aproximadamente 50.000 internos, alojados en 166 unidades penitenciarias provinciales y 30 dependientes del Servicio Penitenciario Federal. No obstante, estas cárceles funcionan como meros contenedores sociales y no como generadores de agentes transformadores del contexto que los llevó a perder la libertad.
La modalidad de organización de las cárceles responde a lo que el sociólogo Erving Goffman, denomina "instituciones totales o cerradas" cuyo único fin es el control de los sujetos. Hoy en día, la mayoría de los que ingresan simplemente cumplen su condena y vuelven a insertarse en el mismo medio del que salieron, sin ninguna herramienta nueva que los lleve a modificar su situación, de tal manera que es previsible esperar que se repitan los hechos que los llevaron a perder la libertad.
El regreso al mismo entorno en el cual se criaron, es señalado como posible motivo de reincidencia.
Idealmente, un sistema penitenciario debería brindar a los internos las herramientas necesarias para poder transformar esta realidad. Una de estas herramientas es la educación en todos los niveles, entendiendo por educación no la sola facilitación de información sino la construcción de un espacio que les permita a los internos valorar críticamente dicha información intercambiando diferentes puntos de vista y que contribuya a la formación de ciudadanos reflexivos y con actitudes críticas, que tengan una nuevos valores.
El articulo 26 A de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice que "Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos".
Y la sección B agrega que "La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales". Adicionalmente, el artículo 6 de los "Principios básicos para el tratamiento de los reclusos" (Asamblea General de las Naciones Unidas, resolución 45/111, annex, 45. GAOR Supp. N° 49, p. 200, ONU Doc. A/45/49 1990), estipula que: "Todos los reclusos tendrán derecho a participar en actividades culturales y educativas encaminadas a desarrollar plenamente la personalidad humana".
Es con este espíritu que las escuelas en contextos de encierro aparecen como el lugar de socialización por excelencia, particularmente importante para personas que no han tenido posibilidad de acceso a la escolarización tradicional, como consecuencia de su condición de marginalidad socioeconómica.
La función de una escuela que opera en el interior de una unidad penitenciaria es el logro de la reinserción social de aquellas personas privadas de la libertad en situación de conflicto con la ley y que durante largos años han permanecido ajenas a la vida social que se gesta más allá de los muros y las rejas. Por "reinserción" se entiende que los internos puedan tomar noción de la vida social que acontece fuera de la cárcel, con los derechos y deberes que en ella operan, y que sean conscientes de su rol en el conjunto social total, restableciendo su sentido de pertenencia a ella. Deben crearse condiciones favorables para la reincorporación del ex recluso a la sociedad en las mejores condiciones posibles.
La educación es una herramienta que (en parte) posibilita esas "mejores condiciones". Otro objetivo primordial de la escuela es el ofrecer posibilidades de continuidad cultural con el exterior, por lo menos mientras dure el encierro de los alumnos.
De acuerdo con lo percibido por los docentes carcelarios, los internos tienen un sentimiento "de desconexión y aislamiento del resto de la sociedad". La exclusión física que padecen los reclusos debido a su encierro institucional, redunda en un sentimiento de "no pertenencia" al entorno social; lo que a su vez, trae aparejadas una serie de consecuencias de índole psico-social en la estructuración de la cosmovisión del recluso acerca del mundo externo.
Aquellos internos que purgan largas condenas, hacen de la cárcel su "casa" y estructuran su mundo en función de los códigos carcelarios que, en general, nada tienen que ver con los que se desarrollan en el mundo que está más allá de los muros.
En el penal número quince de batan (de varones) funciona la Escuela de Enseñanza media 14 desde hace 20 años. Esta además tiene una extensión en el penal número cincuenta (que es de mujeres) y en el penal de máxima seguridad de menores. Eduardo Del Castillo es director de dicha escuela desde hace tres años, aunque trabaja allí desde hace 15. Antes se desempeñaba como secretario y además fue docente durante un año, aunque todavía enseña matemáticas de primer año a la tarde.
Del castillo explica que cuando se armó el plan de estudios se tuvo como premisa el darle un alto contenido social a cualquier tema del que se hable y darle a cada materia la particularidad de que forma parte de un contexto de encierro: "Por ejemplo, cuando la profesora de historia explica la colonización la explica como en cualquier escuela de afuera, pero hace hincapié en las desigualdades económicas y el maltrato al indígena. Y la profesora de Biología, además de hablar de la célula, el cuerpo humano, etc… hace hincapié en todo lo que se denomina 'enfermedades carcelarias', como la tuberculosis, el HIV". En la selección de los contenidos se tiene muy en cuenta la perspectiva de quien los aprende y las características de las situaciones específicas en que tendrá lugar la enseñanza, en función de los contextos concretos de actuación (en este caso la cárcel como institución total).
Pero la escuela en contexto de encierro brinda a sus alumnos mucho más que los contenidos básicos necesarios para completar el bachillerato.
El profesor Eduardo Vallinoti, que enseña informática en la media 14 desde el año 2000, señala que "En algunos casos descubren que existen personas que ayudan sin pedir nada a cambio, en general piensan que todo en la vida es a cambio de algo... por algo..." Y agrega que "están en un contexto de encierro que van del patio al calabozo y del calabozo al patio. La escuela es un lugar donde opinan, se les escucha, se les permite debatir, se establece otro tipo de vínculo con el docente".
El profesor James Wheeler, que enseña computación en el penal de varones y matemáticas en el primer y segundo año de bachillerato en el penal de mujeres, señala al respecto que "En la escuela es interno es tratado como un alumno, como una persona.
No se lo menosprecia. Al contrario, la escuela intenta elevar la autoestima.".
La gratitud, el interés y el esfuerzo que los alumnos ponen por aprender, es algo que tanto Vallinoti como el resto de los docentes consultados señalaron como lo más gratificante de la tarea de un docente carcelario.
Los alumnos parecen valorar muchísimo el buen trato que reciben de sus profesores y el clima amigable y de respeto mutuo que se crea en la escuela. El cual contrasta con lo que ocurre en el resto del penal. Los reclusos asisten a clases para tener un espacio diferente, y para generarse mejores perspectivas de futuro. Algunos desean obtener un buen trabajo, otros desean además continuar sus estudios universitarios.
La escuela dentro de la cárcel se presenta entonces, a la persona privada de libertad, como un lugar propio y específico donde es posible pensar una sociedad más justa, más elaborada, más construida, más de todos y de cada uno, más solidaria, en definitiva más humana.
En un principio parecería que estudiar "abre la cabeza" y los aleja de la posibilidad de volver a la cárcel. Un relevamiento oficial realizado sobre presos que cursaron carreras universitarias durante su estadía en prisión revela que sólo el 3 por ciento reincidió en el delito tras salir en libertad. Lo que significa que sólo 3 de cada 100 presos que estudian vuelven a delinquir El promedio de reincidencia de la población penitenciaria en general alcanza al 25 por ciento, una cifra ocho veces mayor.
Esta estadística surge de un trabajo del Ministerio de Justicia hecho en la cárcel de Devoto, sobre los 2.000 presos que estudiaron allí.
No obstante, pese a esos números alentadores hay una cruda realidad con la que los ex reclusos deben enfrentarse al salir de prisión: la discriminación y la falta de trabajo.
Los docentes consultados han coincidido en decir que la sociedad no recibe de buena manera a los internos cuando recuperan su libertad. Y la mayoría de ellos considera que la discriminación sufrida por un ex convicto y la consecuente falta de oportunidades laborales para ellos puede ser motivo de reincidencia.
"Puede que en la escuela ellos se den cuenta: 'No tiene sentido. ¿Viste?
Yo robo. Caigo preso. Pierdo dos años de mi vida. Vuelvo a entrar'. El tipo toma conciencia de eso, ahora cuando sale la realidad es que no tienen reinserción laboral, no tienen reinserción educativa. Dependen de un trabajo que no tienen. Y ahí es cuando surge la reincidencia" explica Eduardo del Castillo. A modo de ejemplo, Del Castillo cuenta "tuvimos como egresado hace algunos años un chico que se puso luego a estudiar derecho. Y salió en libertad el año pasado. Le faltan siete materias para recibirse de abogado. Yo estuve en contacto con él. Nos hablamos. Y me dijo que incluso faltándole poco para recibirse le costo mucho encontrar un trabajo de 700 pesos. Le costó muchísimo. Entro a trabajar en un estudio, y no le pagaban. Luego a otro. Y fijate que estamos hablando de alguien a punto de ser abogado. Osea, imagínate como es para alguien que se recibió de bachiller y nada más. El durísimo".
El patronato de liberados es un organismo que se propone evitar la reincidencia. Pero termina funcionando en la práctica como un mero aparato de control, que no brinda ni el trabajo ni la contención fundamentales para la exitosa reinserción del ex recluso en la sociedad.