El público hizo silencio recién cuando la oscuridad se tragó la sala. Entonces ella, una suerte de Marilyn Monroe salteña, subió al escenario y nos tomó a todos por sorpresa. Esa noche a Daniela Ruiz le brillaban más los ojos que la ropa.
Ruiz se despidió de una Salta más trágica que linda para dejarse iluminar por las luces de la gran ciudad. Pero en vez de los faroles de las carteleras de la calle Corrientes, el destino quiso que a Travicienta sólo la alumbrara la luna llena que asomaba entre los árboles altos del rosedal de Palermo.
Allá, escondida en la penumbra, acompañada por otras chicas trans, Daniela era más libre que nunca. Fue en esos senderos que descubrió la prostitución, las drogas y el aceite de avión.
Todo su cuerpo se apagó el día que a su mejor amiga la mató su marido y la causa fue caratulada como muerte dudosa. Ahí estaba Travicienta, sabiendo que a ella también la estaban matando de a poco, que ella también se iba a morir y que nadie iba siquiera a saber que la muerta era Daniela. “Si me van a matar -le dice al público- , mi última voluntad es que me entierren con mi nombre.”
En una suerte de péndulo emocional, nuestra protagonista mecha su humor característico con testimonios que desgarran el alma del espectador, quien se anima a reír a carcajadas aun con la vista nublada por las lágrimas.
Cruda pero carismática, bajo la dirección astuta de Christian Nieves Santiago y la dramaturgia impecable de Lucas Gutiérrez, Travicienta narra la vida de una chica del bajo a la que le tocó fabricar su propia escalera para salir del pozo. Pero cuando se es trans, fabricar la escalera es aún más difícil porque ni siquiera se tienen herramientas. Daniela Ruiz nos invita a escuchar la otra campana, a desnudarnos de prejuicios, a tomar consciencia de cuán complicado puede ser construir la propia identidad cuando el mundo entero parece estar en contra de uno.
Tras el aplauso caluroso de un público movilizado, la actriz se despide de una manera particular, imposibilitada de despegarse del reclamo histórico de la comunidad trans.
“Estos aplausos no son para mí -dice- ,son para todas esas chicas que siguen paradas allá en el Rosedal, en Once, en Constitución”.
En diálogo exclusivo con Blasting News, Ruiz nos invita al camarín para contarnos que Artetrans es la primera cooperativa de trabajo de Latinoamérica conformada por personas trans, que ya cuenta con personería jurídica y 23 chicas trabajando en cuatro obras. Sin embargo, la asociación todavía no cuenta con una sede propia, lo que permitiría dar trabajo a personas que actualmente se encuentran desempleadas a raíz de su identidad: “Hoy las leyes nos amparan, pero también necesitamos reparación. La expectativa de vida de una persona trans es de 35 años, y a pesar de que hay personas que superan esa edad, aún teniendo su identidad de género no tienen cabida en el sistema laboral por no haber podido finalizar ni siquiera sus estudios secundarios.
Hay que poner en jaque a un sistema que nos empuja a la prostitución.”
Es curioso que la magia del teatro pueda convertir un telón negro en una playa o cuatro sillas en un auto, pero no pueda hacer que una trans no sea otra cosa que una prostituta. “Si por ser travesti sólo puedo hacer ese papel, este sistema también está fallando”.
Travicienta podrá verse todos los viernes de septiembre a las 21 horas, en el Centro Cultural Pasco (Pasco 689, Congreso, C.A.B.A.) con entrada a la gorra.