Londres es una de las capitales del mundo. Corazón del arte, la cultura y el desarrollo humano en cualquiera de sus formas, con habitantes que, en general, van un poco más allá de lo que logra hacer a diario un ciudadano promedio, o al menos así es para personas como nosotros, como yo, que vengo de Colombia, tierra en donde todavía la papa y el arroz se cultivan a mano, y las mañanas huelen a arepa con queso con café recién colado. Tengo 25 años y meses atrás quise cambiar el ardor de las aceras de mi ciudad, Cali, por la fría y nublada muchedumbre londinense; una ciudad habitada por multitudes ensimismadas en el comercio, el vulgo y la inmediatez de la vida laboral, que me hace sentir como una outsider la mayoría de las veces, aun cuando en Londres hay más extranjeros que nativos.
Soy una mas del grupo de los que "no pertenecen"; una colombiana, sudamericana en toda la expresión de la palabra a pesar de venir de una familia con raíces europeas, que ve el cansancio en los ojos de mujeres y hombres peruanos, bolivianos, ecuatorianos, colombianos, entre muchos otros, que llegan a este país buscando lo que, lastimosamente, su país de origen no se ha dignado a darles. Podría decir que, afortunadamente, llegué aquí con objetivos, con metas, con sueños que quiero cumplir, lo que hace menos doloroso el desapego, el trabajo duro y la soledad, pero desafortunadamente esta posición también me pone en observación flotante; me deja ver y sentir el dolor de la ausencia de los seres queridos, del amor, del bienestar que sienten los que, como yo, llegaron aquí, por la necesidad y la falta de oportunidades que se vive como problemática general en la tierra a la que pertenecemos.
Es así como esta ciudad mágica, que atrapa y enamora, pero a la misma vez te absorbe y te obliga a extrañar cada vez más desde su diferencia, se ha convertido en fuente de trabajo y supervivencia para muchos de mis hermanos colombianos, hermanos latinoamericanos.
Es de esta forma en la que pretendo hablarles; parada desde mi posición de inmigrante en la gran ciudad, observando Londres a través de la ventana que me da el haber crecido en el tercer mundo y aun así estar interesada por las artes y el humanismo.
En un país de injusticias y guerra, de pobreza y desigualdad, pero también de gente trabajadora, buena y honesta que no se cansa de sonreír; de verle el lado amable a las cosas y esperar por tiempos mejores, y que, increíblemente, siempre olvida el dolor, dejando que al pensar en ella yo también pueda olvidar.