Ochenta y cinco personas, representantes de cuatro pueblos indígenas de la provincia de Formosa que luchan por el cumplimiento de sus derechos humanos, están en Buenos Aires con frío por las noches, hambre, sueño y sed de justicia, mientras sus familias siguen reclamando en sus tierras natales y son reprimidas violentamente por la policía, que cumple estrictas órdenes del gobernador Gildo Insfrán.

Cincuenta y siete son los días que los delegados de las tribus Qom, Pilagá, Wichi y Nivaclé llevan acampando a la vera de la incansable Avenida 9 de Julio, al pie del Monumento al Quijote.

Entre medio de carpas, tablones, lonas y media sombras, banderas y carteles que expresan su agobio y con mates y 'sandwiches' de por medio, intentan conseguir el apoyo de todo el que pasa por allí, siempre con buen trato y respeto. Ocho mil firmas ya tienen juntadas, y 992 mil más les faltan juntar para llegar al millón y elevar una nueva petición al mismo Estado que hoy les está quitando sus terrenos.

Silenciados por el gobierno de su provincia, se ven obligados a venir a la Capital, a golpear las puertas del Gobierno Nacional, el Senado y la Corte Suprema. Quieren (mejor dicho, necesitan) salud, educación, un ambiente sano y un día a día sin persecuciones ni desalojo. ¿Es mucho pedir? Si acaso nosotros y también los mismos que los rechazan, tenemos todo lo que a ellos les falta y a veces mucho más.

Son humanos, como vos, como yo, incluso como aquellos que se niegan rotundamente a tratar de solucionar aunque sea el más ínfimo de sus problemas.

No demandan largas sumas de dinero, ni autos importados, ni viajes al exterior. Estas comunidades sólo quieren vivir. Exigen atención. Exigen que se apliquen los Derechos de los Pueblos Indígenas, sus derechos, que están explícitos en el Artículo 75, inciso 17 de la Constitución Nacional, pero implícitos en la mente de los funcionarios públicos, que escuchan sus peticiones, pero hacen oídos sordos y se niegan constantemente a recibirlos.

Anhelan gozar de sus tierras, de sus casas, de sus recursos naturales. Sueñan con una vida en paz, sin genocidio, y con la seguridad de que nada ni nadie los va a desplazar de su hogar, mucho menos por la fuerza.