Ya está. Lucía ya entregó a cada quien lo que necesitaba de ella.Primero fue su cuerpo, convertido por un par de horas en juguete desechable de aquellos para quienes, guiados por instintos siniestros, no hubo más límite que un corazón que dejó de latir, por dolor y por espanto. Su voluntad había quedado a merced de ellos mucho antes, cuando se la anestesiaron para someterla a sus miserias.
Después fueron su foto y su nombre, festín para pantallas ávidas de rostros nuevos que chorreen vejación y barbarie. Allí estuvo ella, loopeada hasta el hartazgo con titulares acordes a la construcción de víctimas en la que nuestros Medios son cada vez más expertos: "Se fue con dos hombres que habría conocido en la puerta del colegio", "Serían dealers", "Habría comenzado una relación amorosa con el más joven"...Amparados en sus cobardes condicionales, dicen sin decir y disfrazan su ganas de sentenciar que "se la habría buscado".
Mientras chequean el minuto a minuto para decidir si aumentar el plano de la imagen o cambiar el ángulo de la información.
Más tarde, su tragedia sirvió para alimentar fundamentalismos añejos. Porque la niña tuvo, además, la mala puntería de ser asesinada a horas de un Encuentro Nacional de Mujeres que quedó tristemente desdibujado por un puñado mínimo de manifestantes que tuvieron mejor rating que setenta mil con reclamo digno y por los que ejercieron represión desmedida sobre ellas y el resto. Las primeras son aquellas que poco representan a la masa entre la que se mezclan y cuya vehemencia queda siempre lejos del objetivo primero. Los segundos tienen tanta nostalgia de palos, balas y botas, que el mínimo disturbio dispara, casi por reflejo, su potencial más violento.
A ambos la desgracia de Lucía les quedó a mano. A unas, para reivindicar un revanchismo inútil. A otros, para justificar su naturaleza opresora.
Queda pendiente una justicia que probablemente cajonee fojas y conciencia al mejor postor. Quedan dos padres soportando un duelo que dejará de tener cámaras y micrófonos, aún cuando siga sangrando.
Porque ya no será suficiente para medir en audiencia. Pero nada de eso depende ya de ella.
Ya está. Lucía ya entregó a cada quien lo que necesitaba. Su cuerpo. Su voluntad. Su foto. Su nombre. Su tragedia. Incluso a mí, motivos para vomitar palabras. Por su muerte de dolor. Por su muerte de espanto. Solo le resta una muerte más.
Ahora le toca morirse de olvido. Ya puede archivarse.
“…la fugacidad de la vida humana a mi no me inquieta; me inquieta la fugacidad de la muerte: esta prisa que tienen aquí para olvidar. El muerto más importante lo borra el siguiente partido de fútbol…” (Fernando Vallejo)