A 120 kms de la Ciudad de Buenos Aires, viajando por la ruta 8 y cruzando la 41, se llega a una de las más antiguas localidades de la provincia bonaerense.
Por ser su patrón San Antonio de Padua, adoptó su nombre y el del sargento Areco como distinción. También bautiza al río que la cruza y que en 2009 tuvo una crecida demoledora, arrasando las construcciones que se levantan sobre sus márgenes. El año 2015 la exhibe con sus fachadas renovadas pero el antiguo puente aún espera que los fondos del gobierno provincial contribuyan a su definitiva restauración.
Por ello, para concurrir al famoso museo Güiraldes hay que hacer un incómodo rodeo por otro puente precario e inseguro.
El museo está dedicado en homenaje al hijo pródigo del lugar, don Ricardo Güiraldes. Un hombre multifacético que por una enfermedad falleció a los 42 años de vida. No obstante su juventud al partir, vivió intensa y productivamente en cuanto al ámbito artístico y tradicional. Fue amante y cultor de las costumbres gauchescas y encontró en Don Segundo Sombra, el artífice del hombre de campo. Así fue que lo trasladó a su mayor obra literaria que aún tiene éxito de venta en las librerías de todo el país.
Otros interesantes lugares a visitar son los bares antiguos, también denominados boliches o pulperías.
Casi todos se han conservado originalmente y en algunos casos fueron restaurados pero respetando el estilo autóctono de épocas idas pero atractivas para los turistas nostálgicos de costumbres imaginadas por no haber sido vividas genuinamente. La secretaría de Turismo organiza caminatas guiadas por esos locales y las conductoras relatan anécdotas y datos históricos que llevan la imaginación a su máximo esplendor.
Claro que no todo lo pintoresco de esta maravillosa Ciudad se condice con quienes regentean los diversos comercios. Sobre todo aquellos que son un imán para los ávidos turistas dispuestos a saborear una parrillada en el campo o degustar unas deliciosas empanadas fritas en grasa de cerdo, acompañadas por un excelente vino tinto argentino.
O también disfrutar de tortas y masas acompañadas de un té con leche en alguno de los sitios más acomodados. En efecto, en la mayoría de los locales gastronómicos no aceptan tarjetas de crédito y, lo que es más grave, no ofrecen factura fiscal.
Esta actitud mezquina y próxima a una codicia efímera, hace que el turista se sienta frustrado por no poder consumir todo lo que quisiera. No es seguro viajar con tanto dinero en efectivo en los bolsillos o carteras y tampoco lo es para los comercios que atiborran sus cajas con billetes crujientes que son manjar para los delincuentes al momento de cerrar el local y hacer cuentas. En resumen: los comerciante se exponen peligrosamente a la tentación delictiva por acumular tanto dinero fresco, los turistas se frustran por no poder pagar con tarjetas de crédito, algo tan común en países del mundo moderno, y evaden impuestos como en los mejores tiempos de Al Cappone.