Desde abajo de uno de los tantos autos estacionados sobre las calles de piedra, salen dos gatos corriendo, mientras se escucha una suave melodía de una guitarra acústica en un restaurante, donde dos parejas francesas charlan muy animadamente. No, no sé francés, pero es inconfundible. Aunque vaya a saber uno si realmente son de Francia o algún otro país en el que se hable dicha lengua. En la vereda de enfrente, los flashes de las cámaras encandilan, los turistas no quieren perderse ningún detalle, y sus cámaras tampoco.

El sol se termina de esconder, desde el pequeño muelle se ven los últimos rayos.

Camino hacia las calles oscuras, iluminadas con las tenues luces de los faroles, abunda la tranquilidad. Se sigue escuchando la guitarra del restaurant, aunque los gatos se fueron.Por ahí camino yo, acompañado de mi bicicleta. Unos brasileros me piden que les saque una foto, creo que nunca había tenido un celular tan grande en mis manos. La noche se apoderó de la ciudad, y descubro cuanto más lindo es el barrio antiguo por la noche, podes imaginar que estas en algún pequeño y antiguo pueblo europeo, sumándole, que cada dos minutos, escuchas gente hablando en distintos idiomas, acentos europeos.

Hay un faro, una plaza, todo apenas iluminado por los faroles, lo que le da un toque mágico al lugar.

Las calles de piedra, las casas antiguas, los faroles, son pocas las cuadras, pero podría caminar por ahí toda la noche. Las calles en las que no pueden pasar autos son aún más lindas, más tranquilas, más repletas de turistas. A lo lejos se ve la calle principal de la ciudad, a la que sin dudas nadie quiere ir, por lo que decido volver al muelle, ya completamente a oscuras, pero aún con mucha gente.

Desde turistas, hasta una familia observando el paisaje, a un grupo de amigas adolescentes riéndose, y yo con mi bicicleta. A lo lejos se ven las luces del estadio local, donde se está jugando un partido. Al horizonte, luces lejanas, de edificios de Buenos Aires, y un Buquebus partiendo.

Es raro pensar que enfrente de toda esta tranquilidad está esa gran ciudad, una totalmente opuesta.

Empieza a correr un suave viento, temperatura perfecta. Hago el mismo recorrido por tercera vez, esta vez saco alguna foto, se hace tarde y la gente sigue recorriendo. Probablemente, el turista que vio todo de día también lo quiere ver de noche, y se sorprende.Los bares más llenos, las personas cenan, las horas pasan, de a poco empiezo a quedar más solo, pero sin ganas de irme. La guitarra del restaurante sigue sonando, y empieza a ser el único sonido, pero yo me voy a quedar un rato más.

Colonia del Sacramento, Uruguay.