El fútbol argentino no tieneremedio. Cuando creemos que ya vimos todo, que no hay algo más quepueda conmovernos, pasa esto: en un superclásico copero, atacaron alos futbolistas de River Plate con gas pimienta. Calificar, o mejor dicho,descalificar lo ocurrido resulta sencillo, hasta terapéutico, porqueserviría de catarsis para descargar tanta bronca acumulada. No seguir ese camino lleva,necesariamente, a tomar otro: el de la reflexión. Desde ese lugar,algunas reflexiones sueltas sirven, por ahí, a entender loinentendible.
-No hay antecedentes de semejanteacto vandálico.
-Como mínimo, en el hecho hayconnivencia entre los violentos y las autoridades del club que notomaron los recaudos necesarios para evitar la agresión a losfutbolistas de River Plate. Ante semejante locura, la aparición deun drone con el “fantasma de la B” es casi una anécdota, perotambién muy repudiable.
-La actitud de Arruabarrena.Siempre pensó más en jugar el partido que en acompañar a Gallardoy al plantel de River ante la salvaje agresión.
-La pasividad del árbitroHerrera. Tardó más de una hora en decidir la suspensión delpartido, cuando se percibió claramente que había cuatro futbolistasque no podían continuar jugando. ¿Qué esperaba?, que River tomarala decisión de seguir o no y, de esa manera, él hacía la granPoncio Pilato.
-La inoperancia de la Conmebol através de su representante en la cancha, el veededor boliviano RogerBello. Caminatas por el campo de juego, interminables llamadostelefónicos, diálogos con periodistas y personal de seguridad para que después de 80 minutos de demora, le pregunte aGallardo ¿qué hacemos? ¿Quéhacemos? Nos tapó el agua. Que el último apague la luz.