Para analizar económicamente a un país se debe estudiar cómo se reparte el producto bruto interno. Aquí entra en juego la "distribución del ingreso" que puede llevarse a cabo desde dos enfoques, funcional o personal, y que determina cómo la riqueza se divide entre los habitantes.
Según los economistas Javier Lindenboim, Juan Graña y Damián Kennedy, esto representa "el modo característico de asignación de la renta nacional entre los trabajadores y capitalistas". Afirman que se debe retomar la distribución funcional, que analiza la repartición de la riqueza según su rol en el proceso de producción, para poder ver la existencia de la desigualdad económica.
Basado en un gráfico elaborado por ellos, a partir de 1975 la inversión bruta interna fija (IBIF) en Argentina, en relación a la inferencia en el PBI, comienza a tener un crecimiento del 20 al 25% hacia el '76, para luego empezar a descender hasta alcanzar su punto más bajo en 2002 rozando un escaso 12%. Esto va de la mano de la caída de la convertibilidad de la década del '90, que culminó a fines de 2001 y también del desgaste económico generado por la última dictadura.
El superávit bruto de explotación (SBE) alcanzó un pico de casi un 70% en cuanto al PBI, cuando se cumplió el primer año de la presidencia de Raúl Alfonsín, emparejado tal vez a la vuelta de la democracia y las renovadas políticas económicas.
Esto muestra una baja al 48% en el '94, año de la crisis económica de México o "efecto tequila", para recuperarse, hacia el fin de la convertibilidad, a un aproximado 55%, sin lograr volver a su pico máximo de los '80. La masa salarial, vapuleada a mediados de los '70, comienza un sinuoso camino que va de un 30% para trepar, contrariamente al estado de la economía, a un 40% en 1993 y comenzar su decrecimiento hacia 2002 y caer al porcentaje de partida.
Su pico más bajo se produce en el '82 con una participación del 24,63%, época en la cual el SBE se encuentra en su punto más alto.
Dados todos estos factores, puede verse que en el período comprendido entre 1975 y 2002 en Argentina, cada vez que el SBE crece, los salarios producen una baja y sus porcentajes son siempre visiblemente inferiores.
Esto plantea la desigualdad de distribución del PBI hacia los trabajadores, quienes pierden terreno en la repartición de riquezas en cuanto los salarios caen contra la productividad.
Al comparar la participación salarial en el PBI de algunos países latinoamericanos -que incluye a Brasil, Chile, México, Colombia, Venezuela y Argentina- se puede ver que los salarios brasileños, entre el '90 y el '93, poseen el mayor porcentaje a nivel país de la región, un 46%, aún con una baja de un 4% hacia 1991, para luego repuntar casi al nivel anterior. México, en ese mismo período y poseyendo los porcentajes más bajos, comienza de rozar un 30% para luego alcanzar casi un 35%, escalada que cae luego del "efecto tequila" y arrastra a los países mencionados.
En esta debacle económica, los salarios más perjudicados son los de los venezolanos que, aunque entre 1994 y 1995 se mantienen en un 32% estable, caen al 25% en el '96, obteniendo así la tasa de participación salarial más baja de la región entre 1985 y 2000, y marcando la desigualdad de este país superando a los mexicanos. Argentina, que al principio de este período le seguía los pasos a México, alcanza en 1993 su punto más alto al trepar a un 40%, ubicándose segundo, superado sólo por Brasil.
Según Lindenboim, Graña y Kennedy, la caída de la participación asalariada frente al aumento de productividad genera graves problemas como la desigualdad social y la pobreza. Por ende, es necesario realizar un análisis funcional de la distribución para ver que este método conduce inevitablemente al empeoramiento de la situación económica de una sociedad.