Los jóvenes poseemos gran emotividad, esperanzas, razones. Somos nosotros quienes podemos hacer un mundo mejor y cambiar las realidades de nuestras sociedades.
Indiscutiblemente, no resulta fácil cambiar la realidad por un sueño, un sueño magnífico que redunda en favor de un mejor mundo, un planeta vivo que requiere tanto de sus hijos como el infante necesita de la misma manera a la madre para poder sobrevivir en su regazo.
Pero por ahora basta mencionar que es la voluntad y el entusiasmo parte de la fórmula mágica para encontrar la solución a un problema complejo que afecta el entorno que pudiera sufrir una enfermedad grave: La contaminación ambiental y sus consecuencias.
Mucho se ha dicho del cambio climático, pero es la falta de conciencia humana para reconciliar al ser humano con su entorno natural el principal problema. ¿Cuál es pues la solución que propongo ante la posible amenaza de la devastación, de la sobreproducción, del consumismo compulsivo? Bueno, aquí no se trata de presentar la octava maravilla, tampoco un invento tecnológico ni artesanal.
Así que, más que argumentar la taxonomía de necesidades para llevar a cabo una empresa titánica como la de revertir las consecuencias del cambio climático, lo que se requiere es escuchar a la juventud en tanto que poseemos propuestas, a veces muy simples y sencillas.
Si utilizamos la tecnología solo como confort en detrimento de la naturaleza que la soporta estaremos yendo contra la naturaleza, lo que difiere de una dirección lógica y carecería de sentido común y supondría una involución.
Por lo cual hay que hacer un alto a la sucesión de hechos de una cultura que involuciona, volver a lo orgánico, al abrazo entre madre e hijo, entre naturaleza y humanidad. Realizar actos tan sencillos como no tirar basura en las calles, separar los residuos orgánicos de los inorgánicos que podrían reutilizarse o reciclarse, es, dicho con otras palabras, ser y estar conscientes de lo que tenemos en nuestras manos: el futuro del planeta.