Ayer quedó en claro que nos queda grande la camiseta; el fútbol que jugamos no lo merecemos y por eso estamos sistemáticamente, casi destinados a destruirlo. Me parece oportuno hacer un Mea Culpa, ya que yo soy tan culpable como el resto de la sociedad de lo que pasa.
Boca y River se enfrentaron por tercera vez en menos de 15 días. El primer partido en la Bombonera fue para los locales, donde su técnico acertó los cambios y la lectura del juego para ganar 2-0. El segundo encuentro, ya por la Copa Libertadores, en el Monumental, fue para los de la banda roja por 1-0, adonde se destacó el juego brusco y el mal arbitraje.
Ayer era el partido de vuelta de la Copa, en la Bombonera, donde en el primer tiempo River fue un poco más que su rival. Donde, desde el principio, la televisión enseñaba una bandera blanca con letras en negro que advertía "Si nos vuelven a cagar, de la Boca no se van".
Cuando River se disponía a salir de la manga para jugar el segundo tiempo se vio a su técnico Gallardo, indignado y visiblemente nervioso. La policía acordonó en la entrada de la manga, pero luego, entre empujones, salió Ponzio, con una mancha naranja en su espalda y la cara roja, los ojos entrecerrados y con lágrimas. Los jugadores despejaron y salieron al campo de juego, donde se pudo ver a Driussi, Kranevitter y Funes Mori con síntomas símiles.
A 20 minutos de ocurrido esto, los dos doctores encargados del antidopping y los únicos individuos en 60.000 personas que se comportaron de manera ejemplar, acudieron a atender a los jugadores, llegando a la conclusión de que no estaban en condiciones de jugar, debido a las quemaduras e irritación que presentaba, producto de la acción de un supuesto gas pimienta.
En ese momento, el partido debió ser suspendido porque había tres jugadores titulares de River que no estaban en condiciones de jugar. Sin embargo, esto no pesó en el árbitro del partido, el veedor internacional, y en una actitud muy cuestionable el técnico de Boca, que querían esperar para que se reanudara el partido.
Podemos callarnos y hacernos los desentendidos, pero todos sabemos que acá todo giraba en torno al dinero.
Sancionar a Boca, uno de los equipos más populares del continente, podía traer repercusiones negativas en la Conmebol. Que Boca no pasara de ronda no sólo es un inconveniente económico para el club, sino también para los barrabravas, que manejan el negocio de la reventa de entradas.
La camiseta nos queda grande para responder con magnificencia ante estos hechos, porque en realidad todos tenemos nuestra cuota de culpa. Los hinchas son los que ponen en un pedestal a "La 12" o a "Los Borrachos del tablón" como si fueran ejemplos a seguir. En el afán de ver un partido, pagamos una entrada de reventa que sabemos que financia a los barrabravas y sus otros negocios, como la droga.
Lo peor es que todos tenemos una manera de justificarnos.
Porque ir en contra de una pasión, de los colores, es un pecado casi mortal para nuestra sociedad, porque hay que ir a la cancha como sea, porque el partido tiene que terminar sí o sí. Donde los violentos tienen tanto poder que los jugadores necesitan saludarlos antes de dejar la cancha, a pesar de que suspendieron el partido por su culpa en esto.
Esto va seguir, no hasta que haya un muerto, que ya los hubo, sino hasta que haya una masacre. Cuando en una batalla campal se mueran 20 o 30 personas por un partido de fútbol en una misma noche, ahí tal vez la sociedad se dé cuenta de que no puede convivir con los violentos, por más que ellos estén en una tribuna diferente.
Tenemos que replantearnos el fútbol que queremos, y tenemos que entender que esto no es pasión, la pasión no es barbarie. Un alambrado es un signo de mediocridad, no de que vivimos el fútbol más que los europeos.
Estamos gestando una bomba de tiempo. Paremos.