Perdimos la capacidad de disfrutar un espectáculo. No es cuestión de colores; esta gente no tiene colores. Un hincha no planifica un ataque violento a nadie, no negocia -ni adentro, ni afuera de la cancha-, no se queda hasta el final para tirar botellazos. Un hincha sí lleva los colores -no necesariamente los lleva tatuados, tampoco es necesario que los tenga en la ropa-; va a la cancha con amigos, familia, o quizá solo. Va por placer. Un hincha se puede salir de control, puede provocar disturbios, que incluso pueden ser graves; pero no los planifica, no atenta contra la salud de nadie (entendiéndose atentar como un acto premeditado en pos a perjudicar a otra persona).
Un hincha tiene amor por su club, por su gente. Esa otra "gente", que no es ni de Boca, ni de River ni de nada, no tiene amor por nada. Cuando digo que perdimos la capacidad de disfrutar de un espectáculo generalizo, y a propósito: hay mucha gente que cae en la misma bolsa y no se lo merece, pero es así. La sociedad acepta, la sociedad normaliza, sigue eligiendo a las mismas personas y les sigue permitiendo que dejen a estos energúmenos hacer lo que quieran. Somos -me incluyo- una sociedad tibia, que cierra los ojos, que se sienta frente al televisor con un smartphone en mano o una computadora en frente, y simplemente critica. Mientras tanto, ellos se siguen haciendo los tontos, saliéndose con la suya.
Perdimos la capacidad de análisis. Porque nos sentamos a criticar, tecleando gritos a la nada, a una pantalla inerte, por el simple y destructivo hecho de criticar. No pensamos. No nos damos cuenta que las pobres personas que estaban en la cancha y no tenían nada que ver, no se habían ni enterado de lo que estaba pasando.
Que sólo veían un puñado de gente con camisetas blancas, que habían preparado una gastada muy elaborada que, sin embargo, no hacía daño a nadie. Tampoco nos tomamos el tiempo de ponernos en el lugar del otro, de entender (jamás justificar) al Vasco y a sus jugadores, que puede ser que hayan tenido actitudes feas y totalmente repudiables, que actuaron pasionalmente, pero que no tenían ninguna responsabilidad.
Perdimos el sentido de la responsabilidad. La que era del árbitro y de la gente de la CONMEBOL, no de los planteles ni de los dirigentes. Del árbitro quizá se entienda cierto temor, pero de una institución, sin cara ni familia, no. Expusieron a ambos planteles a insultos y descalificaciones que se podrían haber evitado suspendiendo el partido desde el primer momento. Les tembló la mano, o el bolsillo... una vergüenza desde donde se mire.
Lo que pasó en el Superclásico ya es súper clásico, y es una súper vergüenza. Ya hace tiempo excedió a River y a Boca, reitero: lo súper clásico es no poder disfrutar un espectáculo, no poder analizar una situación concienzudamente y rechazar cualquier tipo de responsabilidad; y, vuelvo a repetir: eso es una súper vergüenza.