El estrepitoso derrumbe de Massa confirma uno de los vicios de los que adolece la democracia argentina: Su fuerte carácter personalista. Muy atrás quedó la Argentina partidaria en donde el votante definía su voto en conformidad con la representación política de un partido.
En efecto, menemismo, sciolismo, macrismo y kirchnerismo no son términos antojadizos del mass media. Reflejan un cambio de paradigma cuya principal consecuencia es una crisis de representatividad. Las ideologías políticas son reemplazadas por el show; los comités y los debates ahora se dan en el marco de programas de espectáculos en el prime time.
No se trata de un fenómeno novedoso en nuestra a historia. Rosas, Irigoyen y Perón fueron, a su manera caudillos o líderes personalistas. Eran, sin embargo, casos aislados y aparecieron en coyunturas puntuales. Hoy, el problema se ha generalizado. La construcción política se concibe en torno a la figura de un referente político; y el problema es la impotencia de la estructura de sobrevivir a su líder. Sucede pues, que la caída del referente deviene en la desintegración política de un armado inconsistente en su base.
El motivo radica en la oquedad ideológica del armado que no responde a una ideología o proyecto de país sino al oportunismo que significa acompañar una figura de peso. Cabe preguntarse: ¿Es concebible un Frente Renovador sin la figura de Sergio Massa?
¿Un Acuerdo Cívico y Social o Coalición Cívica o ARI sin la aparatosa figura de la Sra. Carrió? ¿PRO sin Macri?
El peronismo es la quintaescencia del personalismo argentino, cierto. Sin embargo el movimiento sobrevivió a su artífice y epónimo. ¿Pero hasta qué punto? Cada candidato peronista se considera exégeta de Perón.
Así las cosas, el principal partido político llevó al poder a figuras tan disímiles como Menem y Kirchner. Incluso Macri, por antonomasia antiperonista dice serlo, con la intención de traccionar votos de un movimiento que nada tiene que ver con su (anti) política.
El ciudadano sobreviene en rehén y la política se le presenta cada vez más lejana.
Difícil saber quién es quién en lo que pareciera ser una partida de ajedrez jugada únicamente con algunos reyes que mueven sus peones a su arbitrio. Lo antedicho parece un llamado a repensar la democracia y devolverle su función de representatividad. Es necesario volver a discutir ideas por sobre personas. Las primeras no perecen.
Octubre se acerca furtivo y la única certeza es que la presidenta Cristina Kirchner abandonará su cargo. La plaza del último 25 de mayo repleta de militancia evidencia la popularidad del gobierno saliente. Si el Frente para la Victoria es capaz de sobreponerse al kirchnerismo y el partido logra consolidarse pese a la salida de su líder, será un primer buen augurio y sobretodo un gesto hacia los millones que apoyaron este gobierno en la última década y pretenden seguir teniendo un espacio político que los represente.