Hoy los medios están plagados de incomunicadores que llenan horas de aire y páginas con letras, párrafos, versos y metáforas que poco aportan al esclarecimiento de la realidad. Hacen un mal uso de "la pregunta" herramienta periodística por excelencia para crear sombras en lo que debería ser el esclarecimiento de una realidad.
La pregunta es una acción que realiza una persona para indagar sobre un saber que quiere profundizar. Esta nace en nuestra mente, acuñada por un instante de reflexión, para luego, dirigirse hacia el prójimo, poseedor del conocimiento.
Este mecanismo es una de las principales funciones del pensamiento humano, que le ha permitido crear una cultura y evolucionar en sociedades cada vez más complejas. Es la herramienta fundamental en muchas profesiones. Del médico, con la que intenta descubrir síntomas que lo orienten. Del psicólogo, con la cual intentara aventurarse en los mares del inconsciente. De los filósofos que dudan de todo haciéndola su única certeza. Y entre muchas otras profesiones es también la herramienta fundamental de los periodistas.
Hoy, muchas figuras de los medios devenidos en comunicadores sociales utilizan las preguntas a modo de arma masiva de destrucción, lanzándolas a modo de golpes para intentar noquear a su adversario, sin notar que un buen boxeador solo golpea como parte de una estrategia.
Estos personajes se dicen incisivos y valientes por atreverse a hacer las preguntas que están en la calle, desconociendo que no se trata de cuestionar lo que cualquiera de nosotros podría, sino de correr velos que solo ellos, por formación e información puedan realizar.
Los periodistas usan la pregunta para enriquecer y darle cuerpo a una idea y transmitirla a la comunidad.
Pero estos sujetos ya la tienen formada de antemano, y no les interesa escuchar una respuesta, y mucho menos si esta pone en peligro el pequeño mundo seguro en el que piensan. No sea cosa que esos nuevos pensamientos traigan una brisa fresca que derribe lo poco que creen saber.
Hay otros más inteligentes y menos temerosos, que tienen por norte la mala intención, y emprenden el camino de transmitir solo la realidad que ellos ven y crean y les conviene comunicar.
Ambos cuando intuyen que la respuesta no va a ser la que esperaban, o justamente va a ser exactamente esa, agreden al entrevistado e intentar acorralarlo, repreguntando una y otra vez, saboteando todo acto de comunicación.
Finalmente a este cóctel de desinformación podríamos sumarle el recelo del entrevistado que intenta que no le hagan la pregunta que lo va a arrinconar, y para ello agrede, ningunea y desvaloriza, sin darse cuenta que lo único que pone de manifiesto es su torpeza e ignorancia.
Ambas partes muestran la miopía de ver una realidad desde los lentes del otro. Apenas vislumbran la suya. Y nos niegan a todos el retrato completo, con cada una de las pinceladas, de los matices, de las luces y las sombras, de los derechos y los revés.
Nos quitan la belleza de las diferentes gamas. Hasta en las fotografías en blanco y negro se aprecian cientos de grises que conforman el total de la obra.
Por suerte, aunque cada vez sean menos y tengan menos espacio en los medios, quedan periodistas, profesionales y pensadores que utilizan correctamente esta herramienta y construyen unos instantes de reflexión que nos enriquecen. Está en nosotros rescatarlos de la horda de incomunicadores que nos roban el tiempo, e intentan devorar nuestro cerebro, como una película mala de zombies.