Más allá del vaticinio castrista de “un presidente negro en los U.S., y un Papa latinoamericano”, el Sumo Pontífice ha llegado a participar con un discurso en Congreso de los Estados Unidos, algo que ni el mismo Fidel Castro se hubiera atrevido a pronosticar. Sermón que no ha contentado en igual medida a todos, al invocar su procedencia latinoamericana —en alusión a las propuestas migratorias del candidato a la presidencia, Donald Trump—, reclamando una política activa en materia ecologista, así como la abolición universal de la pena de muerte.
Para muchos, Francisco va más allá del soplo de aire fresco que exigía la Iglesia, mientras para una minoría de católicos ultraconservadores, es una bomba de relojería que amenaza con hacer saltar por los aires una institución para ellos inamovible, alentados por una interpretación cerril de sus dictados. El Papa Bergoglio actúa en la más obvia sintonía con los postulados cristianos al entender conceptos como la derogación del Antiguo Testamento, atrayendo la atención de aquellos que habían dado la espalda al Vaticano.
La aceptación de los homosexuales es una simple consecuencia de la filosofía del amor entre la humanidad.
Nadie es diferente por su sexo, y el colectivo gay meritaba mucho más que a la derogación de la condena eclesiástica, merecía al reconocimiento y respeto inherente a su condición humana.
Por supuesto que siempre habrá quien tergiverse sus palabras: mejor el condón antes que el aborto, —afirmación de perogrullo—, pero también debe atenderse al perdón de los pecados. Si Roma considera el aborto transgresión y se atribuye la absolución de las faltas, lógico es que procure la compasión entre aquellos creyentes que se arrepientan de sus yerros. El Padre Santo no ha aplaudido al abortamiento sino que ha solicitado del clero la comprensión y el debido apoyo a sus abatidos feligreses como a la comunidad de los fieles.
Desde la cátedra de San Pedro clama por la ayuda a los inmigrantes, a los pobres y a los desheredados, poniendo en valor el mandamiento nuevo de amarse los unos a los otros.
Al más puro estilo crístico, no viene a traer la paz sino la espada, una convulsión que sacuda al catolicismo desde sus cimientos para regresar a su más pura esencia, en la que todos los hombres sean hermanos, empezando por ensalzar al más pequeño. El Vicario de Cristo ha acercado la Iglesia a los humildes, tal y como reza su lema: “miserando atque eligendo”, divisa en latín cuyo significado es “lo miró con misericordia y lo eligió”.