La eurozona es como una familia integrada por un vegetariano, un celíaco y un intolerante a la lactosa donde se pretende cocinar una comida común para todos así es fácil organizar la cena familiar. En teoría funciona, pero en práctica es cualquier cosa salvo fácil: alguien siempre termina perjudicado. A veces es uno (España), a veces es otro (Grecia), pero que el euro ayude a la economía local de todos los países integrantes es casi imposible.

El problema troncal con Grecia es que no se sienten europeos: está entre Asia y Europa, y su alfabeto es diferente al del resto.

Por eso funciona que un país tenga una moneda común, sus integrantes hablan el mismo idioma y tienen el mismo fondo cultural, y si fuese necesario ajustar los precios o salarios a nivel global es fácil implementarlo en toda la región. Este no es el caso de Europa, como bien advirtió Milton Friedman en agosto de 1997 en su artículo “El Euro: Unión Monetaria y Desunión Política”. Los riesgos estaban claros desde ese entonces porque el euro fue concebido originalmente por razones políticas, no económicas, como un símbolo de la determinación común de que haya paz en la región.

La recesión en Grecia explotó porque no le pudo pagar el préstamo al Fondo Monetario Internacional (FMI) debiendo 320 billones de euros, lo cual es tan grave en el país como atractivo en los titulares mundiales.

Pero la realidad es que Grecia está mal hace mucho más tiempo por cuestiones puramente internas, exacerbadas por la introducción del euro. Funcionó en el 2001, cuando prestarle euros a Grecia era la novedad, pero eso no resuelve el hecho que la economía griega es bastante más pobre que la de otros países europeos. Tiene muy bajo nivel de productividad, la mitad que Alemania.

No se debería comparar a Grecia con Alemania, pero que compartan su moneda lo hace relevante. El mayor desafío de tratar de equiparar a países tan diferentes lo tiene el Banco Central Europeo (BCE), como explicó el economista español José Carlos Diez, profesor e investigador en la Universidad de Alcalá en una conferencia brindada en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT).

Sostiene que hay dos Europas: la de Alemania, que gracias a su superávit de ahorro estructural y bajo nivel de endeudamiento externo fue poco vulnerable a la crisis del 2008, y en contraposición España y Grecia, que fueron muy vulnerables por padecer una gran burbuja inmobiliaria y mucha tasa de paro.

Esto genera una dicotomía dentro del BCE: qué tipo de política implementar y pensando en quién. La que beneficia a uno perjudica al otro, lo cual va en contra de la razón por la cual fue creada esta institución. De hecho, el LTRO (operación de refinanciación a largo plazo, siglas en inglés), pensado como un rescate de financiación del BCE para los Bancos locales de la eurozona luego de la crisis del 2008 funcionó en la mayoría de Europa, pero no en Grecia.

El diagnóstico del origen de la crisis fue equilibrios múltiples; se esperaba que, si se presta a los bancos locales, estos a su vez comprarían bonos de los gobiernos. Esto efectivamente reestablece el buen equilibrio, pero es un riesgo para el BCE porque las crisis de deudas soberanas son mucho más costosas cuando los bancos tienen mucho bono del gobierno. El default soberano destruye el sistema bancario.

Milton Friedman lo ilustró elocuentemente: “La unión política puede llevar a la unión monetaria. La unión monetaria impuesta en condiciones poco favorables será una barrera para lograr unión política.”