Ver una temporada nueva de House of Cards es una experiencia decididamente diferente que con otras series. La sensación que produce la subida de episodios nuevos a Netflix se asemeja más a comprarse un libro: hay varios capítulos esperándonos y tenemos que decidir cómo vamos a espaciarlos.

Este formato todavía novedoso le da libertad no solo al usuario, acomodándose tanto a los bingers como a los que tardan meses en ver los 13 episodios, sino también a los escritores, que no quedan atados a la necesidad de dejar atrapado al televidente con momentos shockeantes antes de cada espacio publicitario y al final de cada capítulo.

En términos técnicos, no hace falta dividir a cada episodio en tres actos como con las series tradicionales.

Esto permite escribir una serie que fluye, que puede desarrollar a los personajes y sus arcas de manera orgánica. Permite esto, no lo garantiza. Es simplemente una nueva herramienta que los escritores tienen a su disposición.

A su ya cuarta temporada, House of Cards conoce este formato. Se siente cómodo con él, y lo aplica eficientemente… en su mayoría. La cuarta temporada expande a todos los personajes: continúa con el pragmatismo despiadado de Frank Underwood, pero tanto él como los que lo rodean son puestos en situaciones nuevas, con desafíos que nunca antes habían tenido que superar.

Es realmente un viaje excitante, igual que las temporadas anteriores, con nudos que se van desenvolviendo a lo largo de varios capítulos, no uno o dos como estamos acostumbrados.

Los problemas aparecen cuando los escritores se toman demasiadas libertades con este nuevo formato que permite Netflix. Las primeras dos temporadas de la serie se basaban en la novela y la serie británica del mismo nombre, donde el personaje principal Frank Urquhart es traicionado y esto lo lleva en una misión que lo transforma primero en vicepresidente y finalmente en presidente.

La historia que cuenta la House of Cards americana a partir de la temporada tres es propia, y tanto en aquella como en esta cuarta temporada es un éxito, pero se nota que los escritores no son maestros infalibles de este “formato orgánico”.

Que los conflictos puedan desarrollarse fluidamente no significa necesariamente que pueden quedar elementos sin resolver hasta la siguiente temporada.

Sin entrar en específicos, Frank tiene un rival admirable durante mayor parte de la cuarta temporada y su disputa queda estancada. No sólo no termina, sino que ni siquiera tiene algún tipo de resolución temporal. Simplemente se abandona hasta que la volvamos a ver. Hay una diferencia entre un final que nos deja temblando en anticipación hasta el año que viene y una historia sin final que esperamos se retome. ¿Hasta qué punto el supuesto realismo de la escritura orgánica favorece al formato televisivo?

La verdadera pregunta es para qué se necesita la opinión de una persona sobre una serie que está entera y gratuita para cualquier usuario de Netflix. El punto de este escrito es decirte: cuando vayas a ver House of Cards disfrutala, regocijá en los esquemas tan perversos y calculadores de Frank que te da miedo el hecho de que tengas ganas de aplicarlos en tu vida real, pero considera que quizás necesitas esos shocks, no sólo para aguantar un espacio publicitario.

El formato de tres actos se usaba en la ficción mucho antes de que lo demande el formato televisivo. O, quizás, solamente les falta práctica todavía a los escritores de esta serie en particular. Pensa en esto mientras la ves y decime qué opinas.