Recordé que tuve la suerte de conocer este encantador pueblo de campo en febrero de este año, cuando fui a visitarlo en familia.

Carlos Keen se encuentra a 16 km. de la ciudad de Luján y a 90 km. de la Ciudad de Buenos Aires. Posee unos 400 habitantes, pero durante los fines de semana y feriados largos, es altamente visitado por su gastronomía y para disfrutar el aire rural y la naturaleza, y más cuando el clima aporta.

Ese día, habíamos salido por la mañana y tomamos por la Autopista del Oeste en dirección a Luján. Llegamos sobre el mediodía, y estacionamos casi frente a la estación de tren.

Yo no dudé en sacar mi cámara y tomar fotos de las instalaciones de alrededor de la estación, como la de un galpón, un molino, y de unas esculturas de animales hechas de chapas. Detrás de la estación había una feria dónde se vendían productos regionales (yo me quedé con las ganas de comprarme un licor casero de dulce de leche). Le gente se sacaba fotos y acariciaba el hocico de unos caballos que sacaban la cabeza por sobre el alambre de su corral, buscando que se les convide con algún pastito.

Almorzamos en el restaurante 1907, justo enfrente de la estación, dónde se podía elegir entre menú a la carta y menú libre de parrilla y pastas. Como todos los restaurantes de la zona, ofrecía un salón de grandes dimensiones, con ambientación rústica propia del campo, y decorada con objetos de antaño.

Pedimos empanadas de carne y papas fritas para comenzar. Mis viejos compartieron una bondiola de cerdo mientras que yo me pedí unos sorrentinos con salsa rosa (el menú tampoco era muy extenso que digamos). Nos dieron una mesa junto a la ventana, que nos ofreció una vista muy amena del campo y de la estación de tren.

Luego del almuerzo seguimos recorriendo el pueblo y apreciando los paisajes y las típicas construcciones de finales del siglo XIX, como la parroquia de San Carlos de Borromeo.

Nos metimos a conocer el complejo El Secreto, que además de restaurant parrilla, contaba con áreas parquizadas para comer, estacionamiento y hasta una piscina con solarium. Allí continué tomando fotos de los campos en los alrededores.

Luego de recorrer un poco más el pueblo (una y otra vez por los mismos caminos), salimos para visitar Luján.

Entramos a la basílica y después pasamos por el pequeño parque de diversiones que se encuentra detrás, hasta llegar al puente. Al caer la tarde, emprendimos el regreso a casa.

Sin duda alguna, nunca está demás salir de la ciudad y hacerse una escapada a estos encantadores pueblos de campo los fines de semana, para variar de vez en cuando. Y si el día está soleado y el clima acompaña, mejor aún.