Hace un par de años tuve la experiencia única de visitar este país, uno de los más pequeños del mundo, paraíso en Oceanía, bellísimas islas volcánicas bañadas por el Océano Pacífico.
Mi objetivo principal fue conocer su vida submarina, que está entre las mejores del mundo; una vida plena de colores y formas inimaginables, arrecifes de corales para el disfrute de nuestros sentidos, un mundo marino de los más ricos que existen y muy bien conservado. En una de nuestras inmersiones vimos una enorme mantarraya que nos deleitó con lo que imaginé fue una danza para que la disfrutemos y admiremos.
También vimos cientos de tiburones, tortugas y peces de variados colores y formas increíbles.
Pero además conocí las costumbres muy particulares que tienen los habitantes de este singular lugar. La mayoría de ellos son nativos y tienen gustos bastante especiales, como degustar como uno de sus platos favoritos al murciélago de la fruta. Lo comen hervido, entero, como en una especie de sopa y aunque parecía un manjar, no me animé a probarlo.
Otro de sus hábitos es el de mascar todo el día hojas de betel (una especie de palmera pequeña), a lo que le agregan un poco de coral molido, que abunda en la isla, para que absorba la acidez. Ello les deja la boca y los dientes de un color rojo; además se pasan todo el día escupiendo saliva de ese color, lo que no fue muy agradable a nuestra vista.
Un lugar que me impactó por lo extraño, son las Islas Roca, donde se encuentra el lago de las Medusas, que es una laguna que hace miles de años quedó aislada del mar y donde sorprendentemente quedaron vivas medusas que se alimentan de unas algas allí existentes. Después de una larga caminata por la isla llegamos a la laguna y nadamos entre miles de medusas. Como sus células urticantes son tan pequeñas, su aguijón no afecta la piel, por lo que pudimos acariciarlas sin problemas, en un sitio mágico que merece una visita.
Recomiendo este país para los amantes de lo extraño y de las aventuras, y al que se anime lo invito a probar su plato típico.