Puede que nos parezca normal porque estamos acostumbrados a tenerlos en las carteleras cada cierto tiempo, pero la verdad es que no lo es. Que Clint Eastwood siga rodando con 84 años y tenga en post-producción American Sniper, que Steven Spielberg lo haga con 67, y sin ningún signo de que piense retirarse, ya que tiene tres proyectos anunciados como director y más de una decena como productor, o que Manoel de Oliveira, el realizador portugués, esté en activo con 104 no es en absoluto normal.

Quienes crecieron con sus películas siguen esperando la siguiente, y ellos, que es evidente que aman su trabajo, y que los estudios les permiten hacerlo, corresponden con una actividad casi frenética para la edad que los contempla. 

Woody Allen, a falta de dos años para cumplir los 80, nos saluda cada doce meses con un estreno mientras cocina el que veremos doce meses después, sin apenas darse un respiro entre uno y otro.

Roman Polanski, con 81, aún dirige películas que se convierten en clásicos, caso de La venus de las pieles, o los hermanos Taviani, Paolo y Vittorio, cerca de los 82 y los 84 respectivamente, tienen en postproducción su último título después de haberse hecho en el 2012 con multitud de premios por la majestuosa César debe morir.

También los actores con muchos años y muchas tablas se mantienen en pie en ellas: Michael Caine, con 81, nos sigue deslumbrando y, entre otros proyectos, está a punto de estrenar Interestellar, a las órdenes, una vez más, de Christopher Nolan; John Hurt, con 74 aún nos da motivos para aplaudirle cada vez que aparece en un largometraje, casi siempre como secundario, o Morgan Freeman, que con 77 todavía interviene en las cintas más esperadas de la temporada, como lo ha sido la taquillera Lucy, en la que interpreta al profesor Norman y ejerce de narrador.

Son veteranos con fama, con prestigio y en ocasiones con ambas cosas juntas. No siempre el hecho de que un nombre sea conocido implica que su filmografía se domine, pero que sus nombres estén escritos en la historia del cine es porque han contribuido a ella. Ese es un hecho irrefutable. Y, además, para alegría de sus incondicionales, siguen contribuyendo.