La que escribe, de origen español y criada en la ciudad de Madrid, siempre se ha sentido muy ligada a éste, vuestro amado país. Mi padre, ya ausente, originario de un pueblecito de Toledo, poseía una prodigiosa voz para el tango. Los entendidos decían que, oyéndole, parecían estar escuchando al mismísimo Gardel. Nada menos. Yo era muy pequeña pero recuerdo aquel "Corrientes, 348, segundo piso ascensor" saliendo de la garganta de mi padre y al vecino que lo acompañaba a ritmo de bandoneón ése que aún me hace vibrar de emoción con sus notas.

Y hoy me apetece dar un salto en el tiempo.

Viajar, aunque sea con la imaginación, y pasear por las orillas del Río de la Plata.

Corre el año 1850 y ya se empiezan a oír las notas de un recién nacido tango. Es tan bello que, desde el puerto de Buenos Aires, no tarda en llegar a Monserrat, Pompeya y San Telmo. El tango va creciendo a la par que lo hace el pueblo argentino, al que también se unen multitud de inmigrantes llegados de Europa.

1860, testigo de excepción, cuando el tango comienza a convertirse en un baile popular en los barrios más humildes de la ciudad. Apasionado "tango arrabalero" que inunda rancherías, boliches y prostíbulos. Ese tango ardiente que gozan pebetas y macanes al son del bandoneón, llenando los suburbios de sensualidad y pasión.

Pero nos topamos con la sociedad más conservadora que, guiada por la falsa moral de esta época, lo tacha de chabacano y pecaminoso, por sensual y placentero. Intentan marginar la expresión popular y ha de bailarse a escondidas hasta bien entrado el año 1900. Se estigmatiza y se prohíbe por los estamentos religiosos y policiales por, dicen, incitar a la lujuria y a la mala vida.

Todo lo prohibido sabe mejor. Por ello, el tango se viste, de más pasión aún, si cabe, de libertades y rebeldías. ¿Qué ocurriría para que esta danza, un buen día, y a pesar de las condenas que pesaban sobre ella, se extendiera como el aceite?

El tango salió de Argentina y se mostró ante los parisinos. Corría el bendito año de 1910, cuando "El tango arrabalero" contagió su pasión, sensualidad y lujuria al mundo entero que sigue admirándolo hasta nuestros días.

Y, paradójicamente, todos aquellos estratos sociales que lo habían criticado tan duramente, ahora lo aceptaban sin ningún tipo de prejuicio. Y es que, todo baile, debe considerarse como lo que es: el derecho y la necesidad de la expresión de un pueblo.