La capacidad de hablar o poseer un lenguaje es, según lo que se sabe hasta ahora, inherente a los seres humanos únicamente. Aprendemos a hablar desde muy temprana edad y lo hacemos reproduciendo sonidos que escuchamos de nuestros tutores mayores. Por ende, la socialización temprana es fundamental para poder desarrollar el habla y el entendimiento y, lo que es más, va a condicionar el tipo de lenguaje que utilicemos y la codificación que existe en nuestro cerebro.
La importancia de la socialización temprana en la formación del lenguaje fue en gran parte estudiada a partir de algunos casos de los llamados “niños salvajes”, que se documentaron a partir de menores que se criaron fuera de la sociedad por un largo período de su infancia.
Un conocido caso es el de Genie, una niña que fue encontrada California, Estados Unidos en los ’70 a los trece años de edad y que había sido sometida a aislamiento por sus padres desde bebé. A los trece años de edad, cuando los científicos cognitivos empezaron a estudiarla, Genie no comprendía más que unas 20 palabras, la mayoría ordenes cortas y agresivas. Aunque los estudios cognitivos de Genie no pudieron concluir, se le intentó impartir una terapia cognitiva que logró hacerle aprender en poco tiempo más de cien palabras, pero aun así mostraba considerables fallas para poder armar oraciones coherentes e incluso modular los tonos de voz, cosa que hacía muy difícil comprenderla. Se arribó a la conclusión de que ciertas etapas tempranas de la infancia son ventanas clave para la codificación del lenguaje y una vez pasadas esas etapas, existen funciones que se comprometen severamente.
La codificación del habla
El habla en los bebés comienza articulándose con palabras aisladas, primero sin orden establecido, que luego van adquiriendo una sintaxis y conformando oraciones. De hecho, hablar no solo involucra una codificación en el cerebro, sino también una modulación mecánica de diferentes órganos como las cuerdas vocales y el sistema respiratorio.
Existen dos áreas principales en el cerebro humano que han sido vinculadas desde hace tiempo con la codificación del lenguaje que son el área de Broca en el lóbulo frontal izquierdo y el área de Wernicke, en el lóbulo temporal izquierdo. El área de Broca se halla vinculada a la producción del habla, para lo cual coordina entre los órganos fonadores (laringe, bronquios, lengua, labios, etc.) y la corteza motora del cerebro, encargada de la planificación y ejecución del movimiento.
El área de Wernicke se vincula más con la comprensión del lenguaje y se encuentra dentro de la corteza auditiva.
El reconocimiento de sonidos
Aunque el habla fluida tarda en desarrollarse en la infancia, la capacidad para reconocer sonidos parece ser mucho más temprana. Bebés de apenas un mes ya pueden distinguir unas cuarenta consonantes distintas. Esta capacidad de diferenciar sonidos novedosos va involucionando sin embargo a lo largo del desarrollo, y ya para comienzos de la edad escolar se ha reducido notablemente. Es por eso que se considera que el “período crítico” entre la más temprana infancia y la pubertad son claves para el aprendizaje de habilidades cognitivas tales como el lenguaje articulado. Se estima que las dificultades para aprender nuevos idiomas en la adultez puedan deberse a que ya ha pasado ese período de especialización del hemisferio izquierdo.