Estados Unidos siempre ha sido la favorita en baloncesto. Bueno, en baloncesto, en natación, en tenis... la estructura de incentivos para la práctica del deporte hace que toda actividad física que sea vista como positiva en la patria del Tío Sam tenga entre sus favoritos a nivel internacional a algún estadounidense de manera continua. Por supuesto de vez en cuando desaparecen de la escena internacional en algún deporte por un par de años, hornadas malas las ha habido siempre y un mal campeonato lo tiene cualquiera, que se lo digan a la selección española de fútbol en el Mundial de Brasil, iban para ganar paseando y a sus rivales solo les faltó hacer el paseíllo al final de partido.

Estados Unidos siempre ha estado ahí en baloncesto. Aunque solo sea por la cantidad de estrellas de la liga más competitiva del mundo que cuentan en su selección tienen que estar ahí.

El caso de España es distinto. Hasta hace no mucho eran una selección del montón. De vez en cuando salía un buen campeonato e incluso llegaron a obtener una medalla de plata en unas olimpiadas, las de Los Ángeles 1984, pero en general iban a cada campeonato a lograr la plaza para el siguiente y pasito a pasito siempre estaban ahí. Con la llegada de Gasol, Navarro y compañía la cosa cambió. De pronto estaban ahí siempre pero para luchar por el título.

Ahora incluso al otro lado del charco les temen. Los defensores del título llegan a España sabiendo que aquí tendrán que enfrentarse tarde o temprano en un duelo de miradas con los segundos mejores y que tarde o temprano acabarán por pestañear.

No sabemos cuando será y no sabemos que pasará en el siguiente choque, pero desde hace unos años sencillamente ya no es un partido más. Djokovic-Nadal, Boca-River, Nueva Zelanda-Australia. Sencillamente son partidos distintos, partidos que hacen que el destino aguante el aliento por un instante, combates que reúnen a miles de personas frente a los televisores y que hacen que el tiempo se detenga para ver como la batalla se desarrolla ante nuestros ojos atónitos.

Durante un periodo de tiempo indefinido entre el instante y la eternidad, el mundo se detiene y sentimos que la lucha es a muerte. Eso es lo que hace grande al deporte, que por un instante todo desaparece y solo queda la pelota.